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La opinión cuenta

Dicen los que saben de política que como están las cosas a la segunda vuelta presidencial van a llegar el Centro Democrático, cualquiera que sea la persona que determine el expresidente Álvaro Uribe, y Germán Vargas Lleras.

22 de septiembre de 2017 Por: Óscar López Pulecio

Dicen los que saben de política que como están las cosas a la segunda vuelta presidencial van a llegar el Centro Democrático, cualquiera que sea la persona que determine el expresidente Álvaro Uribe, y Germán Vargas Lleras. La razón es que en apariencia el uno es el movimiento de opinión más fuerte y el otro tiene la maquinaria más poderosa.

Puede que así sea, pero podría ser también que se esté subestimando el efecto que sobre la opinión pública, que es la que elige Presidente, han tenido los enormes escándalos de corrupción que afectan todas las ramas del poder público y todos los partidos, y sobre todo, el deseo de que haya una nueva concepción de la política desarraigada de las rivalidades del pasado, menos atada al tema del proceso de paz, que plantee propuestas novedosas para las grandes necesidades de la Colombia urbana. O sea, que haya un cambio en la opinión, la cual ya no está monopolizada por el Centro Democrático, y se sienta el efecto del rechazo a las maquinarias políticas.

El temor de que esas dos corrientes conservadoras en política y no muy amigas del proceso de paz pasen a la segunda vuelta es razonable, porque a pesar de las dificultades de llevarlo a la práctica y de las resistencias que produce, desmontarlo sería un retroceso histórico imperdonable. De ahí surge la idea de que haya una coalición de centro que agrupe a los defensores del proceso para salvarlo. Lo cual es más fácil decirlo que hacerlo pues se trata de diferentes grupos, partidos y ciudadanos, con intereses muy encontrados.

Pero además, porque no todos ellos consideran que la defensa del proceso de paz con todo y su importancia sea la prioridad de la política en el futuro.

Con el respeto que merecen los seguidores del expresidente Uribe, que son tantos como sus adversarios, es difícil de creer que luego de todo lo que ha pasado una persona tenga el poder de decidir quién es el Presidente de la República, independientemente de sus cualidades personales, de su carisma, de su reconocimiento popular. “El que diga Uribe”, es ya un eslogan, que es la deformación total del debate democrático, porque lleva implícita la idea de que se escoge a alguien que no va a decidir por cuenta propia. Un presidente por procuración, que es toda una revolución constitucional.

Y con el respeto que merecen los seguidores de Germán Vargas Lleras, y él mismo como hábil político, resulta también difícil creer que solamente con poner en marcha las desprestigiadas maquinarias de los senadores y representantes, sobre las cuales se asienta su poder, se pueda llegar a la Presidencia. Finalmente lo que él representa es la más acabada imagen del político tradicional. Así que de pronto el mundo político, agotado en la elección parlamentaria, se va a cruzar de brazos a esperar los resultados de la primera vuelta para rodear a los dos finalistas.

El tío Baltasar, dice que los partidos se acabaron, lo cual es la mayor pérdida imaginable para una democracia y que ojalá haya una coalición de centro, basada en el voto de opinión, con una agenda de renovación política que incluya pero vaya más allá del proceso de paz; piensa que ya las encuestas están registrando un cambio importante en ese sentido, encabezado por Sergio Fajardo, con su idea central de recuperar la política para la ciudadanía para derrotar tanto al pasado guerrerista como a las maquinarias políticas.

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