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Grandes destinos

Lo que Santiago Calatrava quiso hacer en la Ciudad de las Artes...

17 de julio de 2010 Por: Óscar López Pulecio

Lo que Santiago Calatrava quiso hacer en la Ciudad de las Artes y las Ciencias, en el antiguo cauce del Río Turia, en Valencia, fue reflejar el espíritu de modernidad de la comunidad valenciana, que contrastara con su historia milenaria. Dejar la huella gigantesca de una época en el corazón de la ciudad. Lo que logró fue la más extravagante muestra de arquitectura contemporánea del mundo. Extravagancia en el sentido de una rareza resultante de ser extremadamente original. Un taxista valenciano, abrumado por los impuestos creados por la obra monumental, por la sustracción de fondos de actividades de asistencia social que produjo y por su escasa utilidad práctica, definía el conjunto con el sentido común irrepetible de los taxistas acostumbrados al asombro de los visitantes, como un homenaje del arquitecto a sí mismo. Lo cual no quiere decir que las construcciones no sean espectaculares, elegantes, audaces, monumentales.Desde hace medio siglo, con motivo de una grave inundación, conocida como la riada, la administración valenciana desvió el cauce del Río Turia que atravesaba la ciudad y construyó en él un parque lineal de catorce kilómetros, lleno de jardines y atracciones, que es un placer recorrer. En un extremo de ese parque está Calatrava y sus edificios. ¿Cómo describir aquello? Primero, un acuario tan grande como pueda imaginarse cuyo aspecto es el de una ballena azul cuya cabeza emergiera del antiguo lecho del río. Luego, un puente sobre el río imaginario que parece un velero inclinado por el viento. Luego, sobre un enorme estanque que recuerda el río desaparecido flota el Museo de las Ciencias, cuya estructura externa es como la osamenta del más grande de los animales prehistóricos secándose al sol. Y como remate el Palacio de la Música, que es un teatro de ópera con la forma del casco de un guerrero de la antigüedad, como si uno de los gigantes de la mitología griega lo hubiese dejado abandonado en esas tierras habitadas desde tiempos inmemoriales.Tocará preguntarles a los arquitectos si todo aquello tiene algún sentido y si el propósito de la arquitectura es la espectacularidad y la extravagancia, lo cual entre otras cosas puede predicarse de otros monumentos como las pirámides de Egipto o de México, o el Palacio de Versalles, o Brasilia, todos ellos construidos para pasar a la historia como una afirmación incontrastable de poder que los construyó, de los grandes destinos. Allí quedaron para admiración de las generaciones descendientes de quienes se arruinaron por pagarlos. En el caso de Valencia, que es uno de los tres principales centros industriales españoles y que ha adelantado un proceso de recuperación de la vida urbana que es ejemplo en el mundo, al menos esas megaobras son un reflejo de la prosperidad de la comunidad, aunque ahora se vea en calzas prietas para pagarlas. Y se levantan sobre espacios que respetan la movilidad ciudadana, calles perfectamente pavimentadas, amplias avenidas, eficiente transporte público en tranvía y metro, bellos parques, calles peatonales. Dice el tío Baltasar que nada de eso se parece a lo que sucede en Cali, donde las megaobras no son ni espectaculares ni extravagantes, la ciudad es pobre, la ciudadanía agobiada de impuestos, las calles rotas, los andenes inexistentes, el peatón un desconocido, las necesidades sociales sin límite y la prioridad es la construcción de unas avenidas para que la gente con carro llegue más temprano a sus pequeños destinos.

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