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El populoso centro

Es como un laberinto formado por todas las manifestaciones posibles de participación...

9 de abril de 2016 Por: Óscar López Pulecio

Es como un laberinto formado por todas las manifestaciones posibles de participación democrática cuyo final para quien lo transita es incierto. Así podría definirse el proceso de selección de candidatos a la presidencia de los Estados Unidos de América. Cada uno de los cincuenta  estados de la Unión Americana tiene un proceso diferente para seleccionar a los delegados de los partidos Demócrata y Republicano que los representarán en su convención nacional, cada partido tiene reglas y fechas diferentes para las primarias estatales, y lo mismo sucede con  cada convención.En algunos estados quien gana la primaria gana todos los delegados a la convención, en otros el reparto es proporcional y en otros el resultado no es vinculante para los delegados. Los superdelegados, que son delegados por derecho propio, son numerosos en el partido demócrata, 20% del total, formados por antiguos y actuales dirigentes y funcionarios del partido; y 5% en el partido Republicano, que son los miembros del Comité Nacional del partido. En ambos partidos los superdelegados tienen un gran poder por su influencia en las negociaciones cuando hay varios candidatos y la convención se realiza sin una clara mayoría de uno de ellos.Lo anterior para decir que aunque Donald Trump llegue con el mayor número de delegados a la convención republicana no tiene asegurada la nominación,  por las enormes resistencias que ha generado en su propio partido y por la idea subyacente de que si gana la nominación perdería la presidencia. Y para llegar a esa conclusión no es sino repasar la historia electoral norteamericana en la cual los candidatos presidenciales percibidos como radicales, un poco a la derecha o a la izquierda del espectro político, no han ganado las elecciones. Fue el caso de Adlai Stevenson contra Eisenhower en 1952 y en 1956. Un intelectual demócrata, considerado demasiado liberal por el electorado, quien fue estruendosamente derrotado en dos oportunidades por Dwight Eisenhower, el héroe de guerra que representaba los valores tradicionales de la clase media americana. El populoso centro. La historia se repitió, pero al revés, en 1964 cuando Lyndon Johnson derrotó a Barry Goldwater, un conservador extremista enemigo de los derechos civiles que había rechazado las iniciativas liberales del gobierno Kennedy. El entusiasmo republicano por Goldwater parecido al que hoy se vive por Trump y por parecidas razones: la reacción a una desestabilización social. Y vuelve a repetirse, otra vez al revés, cuando en 1972 Richard Nixon le da una paliza electoral a George MacGovern, un candidato demócrata demasiado liberal para el gusto del populoso centro, que entusiasmó a toda la inteligencia norteamericana, a los jóvenes y a las minorías, sólo para ser derrotado por la clase media; como iba a suceder también en 1984 cuando Ronald Reagan derrotó a Walter Mondale, defensor de los pobres, en toda la línea. El tío Baltasar dice que Trump versus Clinton, gana Clinton porque en Estados Unidos, de un lado o del otro, cualquier candidato que sea percibido como radical, fuera del populoso centro, se convierte en una amenaza para el grueso del electorado y pierde las elecciones.  Y añade que valdría la pena hacer el ejercicio de si lo mismo sucede en otros países con fuertes clases medias que ponen el grueso de los votos en las presidenciales. ¿Colombia, por ejemplo?

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