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El legado

Pasada la desmesura del duelo y luego de unos funerales que copiaban...

20 de diciembre de 2014 Por: Óscar López Pulecio

Pasada la desmesura del duelo y luego de unos funerales que copiaban los de la Mama Grande, hipérbole tras hipérbole, un país huérfano de padre, se apresta a evaluar para la historia la obra de Gabriel García Márquez. Lo primero que hay que decir es que su sitial en la literatura nacional es el más alto, y aunque puede haber otras consideraciones continentales o internacionales, siempre habrá en ellas un espacio para él. Lo interesante es tratar de dilucidar porqué representa tanto para los colombianos, en un país donde el analfabetismo funcional campea y los lectores de literatura son tan pocos.García Márquez traduce a un lenguaje poético el mito fundacional del país colombiano. Cien Años de Soledad es sobre todo un libro mítico, como aquellos que en otras culturas se refieren a los orígenes: la epopeya de Gigalmesh en la civilización sumeria, el Ramayana en la india, la saga de Ulises en la griega, la del Rey Arturo en la anglosajona. En todas ellas desaparecen las fronteras entre lo real y lo fantástico, ente los dioses y los hombres. En todas ellas la magia es parte de la vida cotidiana. El realismo mágico es un invento de esas épocas tan antiguas. Cien Años de Soledad está permeada de esos anacronismos. Está afincada en el pasado fuera de toda modernidad y se emparenta más con la leyenda de la Mesa Redonda del Rey Arturo, que con la obra del Faulkner. Lo mejor de García Márquez hace parte de un mundo desaparecido cuando fue reinventado por él. El Coronel no tiene quien le escriba, es una historia de las guerras civiles del Siglo XIX; el Amor en los tiempos del Cólera, puede ubicarse en los albores del Siglo XX, o antes. Del Amor y otros Demonios, es una historial colonial. El General en su Laberinto, es otro mito fundacional, el de la República, que nace con la traición al Padre Libertador. Todas en un escenario rural o provinciano, por completo al margen de las grandes transformaciones sociales, económicas y políticas que vivió, padeció y protagonizó el escritor, cuyo compromiso político se refleja poco en su obra, para bien.Y si sus temas son anacrónicos, lo mismo sucede con su prosa magnífica de escritor del Siglo de Oro. Lo arcaico de las historia le permite narrarlas con un estilo abundante, sonoro, como una explosión de colores tropicales. García Márquez recoge la mejor tradición del buen escribir de la literatura colombiana, esa rica veta de narraciones pintorescas, costumbristas, exageradas; de historias contadas de noche en los corredores de las haciendas, que va de Isaacs a Carrasquilla a Rivera. García Márquez lleva al paroxismo ese estilo; a la manera del Coronel Aureliano Buendía, lo convierte en un perfecto trabajo de orfebrería. Con él termina esa tradición de escribir poesía en prosa, de modo tal que hace irrelevante a los imitadores que lo sucedieron.Nada de los que se ha escrito después en ese estilo tiene mayor valor. Por el contrario, cerrada esa bella tradición del buen escribir sobre el pasado, se podría aventurar la hipótesis de que se abre paso una literatura colombiana distinta: con los temas de la actualidad, en el escenario de las ciudades, con las tragedias y gozos de la modernidad, sin muchos adjetivos. Nuevos autores colombianos de valía hacen pensar que se está construyendo una nueva forma de escribir en Colombia, lo cual quizá sea el mejor legado de la obra imprescindible Gabriel García Márquez.

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