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Desarraigo

Si no tiene seguro médico, y el seguro está usualmente atado al contrato de trabajo, si no tiene ahorros, si su casa no vale nada y tiene que abandonarla porque el vecindario dependía de la empresa cerrada, la sociedad de consumo lo expulsa sin misericordia

28 de mayo de 2021 Por: Óscar López Pulecio

Nomadland (tierra de nómadas), es la película norteamericana ganadora del Óscar este año. El libro en que se basa, escrito por una mujer, Jessica Bruder, dirigida por una mujer, Chloé Zhao y protagonizada por otra, Frances McDormand, es la dura y desolada historia de la expulsión de las personas de la sociedad de consumo, a la vida del vagabundaje, que se convierte para algunos en un camino de libertad un tanto triste: una reconciliación con lo elemental.

Los nómadas son aquellos que pertenecen a sociedades industriales avanzadas, descartados por las leyes del mercado. Estados Unidos es el ejemplo más sobresaliente. Cuando una empresa cierra por las leyes del mercado, porque en otra parte se produce lo mismo, de mejor calidad y más barato, porque el producto ya no tiene demanda, su gente queda a la deriva. Si no tiene seguro médico, y el seguro está usualmente atado al contrato de trabajo, si no tiene ahorros, si su casa no vale nada y tiene que abandonarla porque el vecindario dependía de la empresa cerrada, la sociedad de consumo lo expulsa sin misericordia. Y solo les quedan los trabajos estacionales a lo largo de la carretera, amigos de ocasión y los atardeceres. Son los que salen.

Otra clase de personas vive también en las orillas de ese paraíso material. Son aquellas muy numerosas que no han podido por sus orígenes, su pobreza secular, su raza, su religión, su falta de educación, disfrutar de esos beneficios y por tanto, forman el ejército de desempleados, de personas sin calificación, de desposeídos, cuya indignación y frustración a veces se desborda, como lo hemos visto entre nosotros en estos días. Los puntos de resistencia de las ciudades colombianas durante el paro nacional, resumen la historia de quienes no han tenido cabida en esa sociedad de consumo y la ven como su esperanza. Son los que quieren entrar.

No existe una sociedad que haya producido más prosperidad y confort que la basada en la libre empresa. Es el paradigma por excelencia de nuestro tiempo, por oposición al fracaso evidente de las sociedades comunistas. Es un modelo económico triunfante alrededor del mundo, pero es también implacable, desalmado, agobiante, exigente, tiránico.
Implica armarse de valor y renunciamientos para incorporarse a ella: someterse por completo a sus reglas, cumplir los elevados requisitos de educación para el trabajo, de ética para la eficiencia productiva. La recompensa es el bienestar material que se produce y que pueden comprar quienes respetan las reglas del juego. El precio que hay que pagar es la libertad personal.

Si esa sociedad productiva, sofisticada y cruel es apenas un oasis en medio de un desierto de insatisfacción, significa un fracaso de la sociedad de consumo, no el triunfo de una minoría. Si el oasis es pequeño, la sociedad no puede operar con base en subsidios a la mayoría de su población, pues las necesidades desbordan las demandas. El resultado es el marginamiento social, el resentimiento, el populismo, el reclamo indignado. Es por así decirlo, un estadio primitivo del capitalismo que requiere de una gran imaginación política para lograr el equilibrio social, cuya ausencia en la Colombia de hoy ha hecho crisis.

Unos y otros marginados, desarraigados. Una pequeña tragedia norteamericana y una gran tragedia colombiana. Unos expulsados y otros tratando de entrar. Y los que están adentro, entre la infelicidad y el confort.

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