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Continencia perfecta

El tema del matrimonio de los sacerdotes se pone de moda cuando el tema del matrimonio está pasando de moda.

21 de agosto de 2020 Por: Óscar López Pulecio

El tema del matrimonio de los sacerdotes se pone de moda cuando el tema del matrimonio está pasando de moda. Pero hay muchas razones para pensar que debatirlo le convendría mucho a la Iglesia Católica habida cuenta de los muchos escándalos sexuales de la curia provocados por el celibato. No solo por el hecho de que el poder eclesiástico esté exclusivamente en manos de varones célibes, sino porque al haber vuelto el celibato un valor la curia se ha convertido en un refugio noble, único, aceptado socialmente por siglos, de varones que no tienen interés en el sexo opuesto sino en el propio o en ambos o en ninguno.

El origen de esa norma eclesiástica es controvertido. Algunos remontan la prohibición al Concilio de Elvira en el Siglo IV y los estudiosos han encontrado soportes bíblicos en el Antiguo y el Nuevo Testamento, aunque la Biblia con su maravillosa variedad sirve casi para demostrar cualquier cosa.

El hecho escueto en lo que se refiere a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, es que la prohibición general del matrimonio sacerdotal data del Siglo XI después de Cristo, y tiene un origen más económico que virtuoso.

Resulta que el Papa Gregorio VII apenas fue elegido en 1073 decidió organizar el gigantesco patrimonio de la Iglesia. Dispuso dos cosas, ambas de carácter patrimonial. Lo primero, que los feudos eclesiásticos, propiedad de la Iglesia, sólo podían ser entregados a personas ordenadas sagradamente, o sea no era competencia de los monarcas entregárselos a personas que no lo fueran y menos ordenarlas, lo cual desató la famosa Querella de las Investiduras con el Emperador del Sacro Imperio la cual finalmente perdió el Papa. Lo segundo, que los miembros del clero no podían casarse para evitar el problema de la sucesión de sus bienes en cabeza de sus hijos legítimos, bienes que bien podían hacer parte de los feudos eclesiásticos que eran ricos y numerosos.

Y el asunto se quedó así, aun cuando el sistema feudal ya había desaparecido. El sustento canónico actualizado en 1983 dice que el celibato es “una obligación de continencia perfecta y perpetua por el reino de los cielos”, que se parece tan poco a lo que sucede en la realidad.
La Reforma Protestante solucionó el problema de raíz hace cinco siglos, para bien: autorizó el matrimonio sacerdotal y el propio Martín Lutero acabó casado con una monja, Catalina de Bora, de quien se dice era un dechado de virtudes.

El matrimonio sacerdotal, como cualquier otro, no garantiza la felicidad conyugal, ni la probidad del sacerdote. Pero acerca al clero al mundo real. La literatura inglesa está llena de deliciosas historias de señoras de pastores protestantes que les hicieron la vida imposible a sus maridos o resultaron intrigantes de primer orden en la promoción de sus carreras.
Igual como sucede en cualquier estructura de poder, sea la Iglesia Anglicana, Coca Cola o la Casa de Nariño. Solo que en el Vaticano esa lucha por el poder, a través del lecho o de los méritos, es exclusivo territorio de los varones.

El tío Baltasar, historiador aficionado, ha encontrado que desde tiempos de Pio XII la Iglesia Católica ha aceptado como sacerdotes a cientos de pastores protestantes casados que se han convertido al catolicismo. Pero sigue negándoles a los suyos el disfrute de esas mieles y esas hieles, que tanto harían por encauzar y atenuar la libido sacerdotal.

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