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Con un ojo abierto

Dos distinguidos diplomáticos de tiempos napoleónicos hubieran recibido con una cierta sonrisa...

21 de agosto de 2010 Por: Óscar López Pulecio

Dos distinguidos diplomáticos de tiempos napoleónicos hubieran recibido con una cierta sonrisa la declaración de San Pedro Alejandrino, donde los presidentes de Colombia y Venezuela hacían votos por la reanudación de las relaciones diplomáticas entre sus Estados sobre la base de la confianza. Y es que tanto para el Príncipe de Benevento como para el Príncipe de Metternich, la base de las negociaciones diplomáticas hechas con representantes de intereses opuestos a los que defendían, era precisamente la desconfianza. Talleyrand, firma los tratados que consolidan el imperio napoleónico y luego firma los que lo deshacen, y Metternich oficia en el Congreso de Viena sobre el reparto de Europa, para dejar sentado el predominio de Austria por tres decenios. Negocian con contradictores de todos los bandos y no confían en ninguno, cada tratado firmemente atado por la amenaza de una nueva guerra o una nueva intervención. Acuerdos entre adversarios, porque para intercambiar amabilidades y declaraciones de buena fe con los aliados no se necesita la diplomacia. Más interesante resulta analizar, sobre la base de la desconfianza mutua, las razones que llevaron al Presidente de la República Bolivariana de Venezuela a responder con el magnánimo gesto de restablecer las relaciones diplomáticas con Colombia, rotas por él tres semanas antes. Lo primero que a cualquiera se le ocurre es que por alguna razón le convenía hacerlo. Así que hay que descartar la magnanimidad. Lo segundo es que esas razones de conveniencia no lo son para Venezuela sino para el régimen chavista, que acusa debilidades por varios flancos. Es decir, como diría Talleyrand, para el gobierno de Venezuela es un problema no tener relaciones con Colombia y averiguar cuál es ese problema, es una manera de conocer mejor sus debilidades. No tiene mucho sentido comparar las declaraciones sobre la guerrilla colombiana hechas por el Presidente de Venezuela hace unos años y las que hace ahora. Los tiempos en que el Congreso de Venezuela, controlado por el chavismo, decretaba la beligerancia de la guerrilla colombiana y el Teniente Coronel reconocía la legitimidad de esa lucha, han cambiado. De una parte la guerrilla ha sido duramente golpeada y ya no es un instrumento útil para el proyecto expansionista de Caracas. De otra, la situación venezolana de orden público se ha deteriorado seriamente y el gobierno bolivariano no está en condiciones de amparar o tolerar una guerrilla extranjera en su territorio, que en cualquier momento puede volverse un grave problema interno. No puede ser gratuito que tanto Fidel Castro como el propio Hugo Chávez digan que la lucha guerrillera no es ya una opción de poder, lo cual deja a las Farc en un vacío político, sin apoyo ni adentro ni afuera. En plata blanca la guerrilla colombiana ya no le sirve a Chávez para nada y se le ha vuelto un problema interno. Así que para él lo mejor es ponerse de acuerdo con Colombia para ver cómo se soluciona el asunto a satisfacción de las partes. Esa es la ‘ ’Madre del Cordero’. Lo demás no es un asunto político sino económico: el comercio con Venezuela se deteriora porque la economía venezolana está al borde del colapso, así que con peleas o sin peleas la situación hubiera sido bastante parecida y nada indica que en la actualidad, diplomacia o no, Venezuela sea un atractivo socio de negocios para nadie. El tío Baltasar dice que Talleyrand hubiera aconsejado al presidente Santos aprovecharse de las debilidades de su adversario y dormir con un ojo abierto.

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