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Ancianos centenarios

a obra de Proust más fácil de querer porque es una narración limpia, aunque interminable, de cosas que le suceden a todo el mundo. La de Joyce solo la entiende él.

4 de febrero de 2022 Por: Óscar López Pulecio

Hace 100 años, en 1922, se sucedieron dos hechos de importancia en el mundo literario, que nada tenían que ver el uno con el otro: la publicación del ‘Ulises’ de James Joyce y la muerte de Marcel Proust.
Ambos autores revolucionaron una manera de escribir novelas que había consolidado en el Siglo XIX una escuela de gigantes famosos universalmente: Tomas Mann, Fiódor Dostoyevski, León Tolstói, Víctor Hugo, Walter Scott. Proust y Joyce hacen otra cosa, no cuentan historias, sino que construyen catedrales verbales para iniciados, con sus fieles y sus herejes. Tan distintos como la noche y el día.

Es increíble cuán vieja es la modernidad cultural. Cien años de esa revolución que parece reciente y aún no ha sido asimilada por completo.
En todos los campos. ‘Las Señoritas de Aviñón’ de Picasso, que trastoca la historia de la pintura, son aún más viejas, pintadas en 1902 y La Noche Transfigurada de Arnold Schoenberg, que trastoca la música tonal, es de 1889. Ni los ojos ni los oídos acaban de acostumbrarse.

El ‘Ulises’ de Joyce es un experimento lingüístico intraducible a cualquier idioma; recoge antiguas raíces irlandesas y anglosajonas, referencias eruditas y muchas maneras de expresarse en inglés, pero es igualmente incomprensible en su idioma original. Narra un día, 16 de junio de 1904, en la vida de Leopoldo Bloom, mientras recorre las calles de Dublín, que trascurre siguiendo el modelo de la Odisea de Homero. Es un asunto para especialistas y así ha sido tratado por sus muchos intérpretes académicos que lo han elevado a los altares, principalmente porque inaugura una manera inédita de escribir, que desde tiempos de Homero consistía en contar un cuento. Es, por así decirlo, un arcano, y por tanto moderno.

Proust por su parte escribe una autobiografía monumental, ‘A La Búsqueda del Tiempo Perdido’ donde en tres mil páginas estudia a profundidad los mecanismos de la memoria y del deseo, tratando de encontrar una identidad personal a través de la hilación de los recuerdos del pasado con el presente. En largos párrafos de abrumadora perfección y exquisita sensibilidad hace de cada imagen, de cada sentimiento, de cada suceso insignificante un episodio trascendente para su tarea de entender el sentido de la vida. Lo encuentra en la obra de arte, con su poder de liberarse del tiempo y volverse eterna, no sin antes haber descrito el más completo cuadro social de su tiempo, con sus burgueses y sus nobles, moviéndose en una jerarquía aparentemente inmutable, pero con secretos conductos.

Ambos, Joyce y Proust son unos descastados. Joyce un escritor pobre que vive malamente y deambula por Europa; Proust un enfermo de los nervios que se aísla en una habitación forrada de corcho. A Proust sus relaciones mundanas no le perdonan que las haya vuelto personajes de sus novelas. Asmático como era, muere de una pulmonía a los 51 años, solo; su obra completa se publica después de su muerte. Joyce se convierte en un ser hosco, intratable, triste, alcohólico que muere en Zúrich de una peritonitis a los 59 años. Su fama es también póstuma.

Tan antiguos y a la vez tan modernos. ‘Ulises’ y ‘A la Búsqueda del Tiempo Perdido’ hablan ambos de la vida cotidiana de personas corrientes. La obra de Proust más fácil de querer porque es una narración limpia, aunque interminable, de cosas que le suceden a todo el mundo. La de Joyce solo la entiende él.

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