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Amores sáficos

Virginia Woolf era una mujer imposible. De sensibilidad enfermiza, frígida, bipolar, convencional.

6 de marzo de 2020 Por: Óscar López Pulecio

Virginia Woolf era una mujer imposible. De sensibilidad enfermiza, frígida, bipolar, convencional. Tímida, dominada por un padre colérico, abusada por su hermanastro, se refugia en la vida doméstica, pues no le es permitido ir a la universidad a pesar de pertenecer a una familia de intelectuales, en cuya casa se gesta el famoso Grupo de Bloomsbury: el novelista E.M. Forster, el economista J.M. Keynes y los filósofos Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein, casi todos homosexuales. Se casa con un intelectual del grupo, Leonard Woolf, aunque el sexo no parece ser parte importante de su matrimonio. No tienen hijos.

Lectora insaciable se convierte en una de las grandes escritoras de lengua inglesa, reflexionando sobre su intimidad, su pequeño mundo frágil y opresivo que clama por la libertad. Termina ahogándose en el río Ouse con los bolsillos llenos de piedras, entre la depresión y la demencia. Su reino no era de este mundo.

Vita Sackville-West era una aristócrata millonaria, bella y mundana, abiertamente bisexual, audaz en su desafío a los convencionalismos de su tiempo que son los principios del Siglo XX en Inglaterra, regidos por la moralidad victoriana. Casada con Harold Nicolson, un diplomático homosexual, forman una pareja feliz. Se quieren con devoción. Tienen un matrimonio abierto y dos hijos. Poetisa de valía, ganadora en dos ocasiones del prestigioso Premio Hawthornden, sus romances sáficos son un continuo escándalo público para mortificación de su madre la Baronesa de Sackville. Su reino era enteramente de este mundo y lo bebe a plenitud.

Las dos señoras son como el agua y el aceite. Y se enamoran. En honor a la verdad es Vita la que hace lo imposible por seducir a la inasible Virginia, hasta que lo consigue. Su amor sobrevive a su intimidad que no parece durar mucho. A Vita la seduce el aire etéreo de Virginia, su encierro en sí misma, su carácter asexuado, la prosa prolija y rotunda de sus libros donde nunca pasa nada. A Virginia la seduce la personalidad mundana de Vita, su exuberancia, su energía sexual, que es todo lo que ella nunca tendrá. Los maridos miran desde la distancia ese encuentro de polos opuestos, incapaces de perturbarlo. El romance se vuelve una referencia obligada de su época, porque revela todo lo que había debajo de esa superficie de respetabilidad, que es la marca de la Inglaterra de entreguerras, dueña del mundo.

Libros se han escrito sobre ambas, sobre su relación y sobre su obra; hoy se consideran progresistas y precursoras de la liberación femenina. Virginia misma escribe su libro más popular, Orlando, un personaje que deambula entre los dos sexos, inspirado en Vita y dedicado a ella. La veterana actriz y escritora inglesa Eileen Atkins, quien había escrito una exitosa pieza teatral basada en las cartas de las dos amantes, se ha juntado con la joven directora Chanya Button, también inglesa, para escribir el guión de la película ‘Vita y Virginia’, dirigida por Button y estrenada en enero de 2020, que recrea no sólo el famoso romance sino toda la elegancia del Londres de los años 20, la casa señorial de los Sackville-West, el ambiente burgués de los Woolf y ese mundo de pequeñas cortesías, grandes restricciones y secretos que todos conocían. Una delicia.

Conmueve el contraste entre la arrolladora Gemma Arterton (Vita) y la reprimida Elizabeth Debicki (Virginia), lo cual quizás explique que se quisieran tanto.

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