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El riesgo de sancionar

Es posible que una buena parte del desbarajuste comercial del mundo hoy se deba al resultado de sanciones y pseudosanciones de quitar y poner que se han convertido en el juguete de la ‘diplomacia’.

12 de mayo de 2019 Por: Ode Farouk Kattan

El diccionario define ‘sancionar’ como la acción de una persona, que ostenta la potestad para hacerlo, para con su firma darle validez jurídica a un documento de carácter legal. También como la acción de castigar a alguna persona o entidad que haya cometido alguna falta contra las normas de comportamiento.

Sancionar como castigo es una práctica que viene desde tiempos pasados y tiene varias formas, desde imponer una penitencia hasta la flagelación, y tenía por objeto demostrar quien mandaba.

En los últimos años el término ‘sancionar’ ha adquirido internacionalmente una repetitividad caprichosa, pues se está utilizando para señalar negativamente a países y/o a personas, por cualquier interés. Y sigue siendo un instrumento para pretender dejar en claro quién manda, cosa que a veces resulta y a veces no, circunstancia que puede devenir en guerra.

La palabra sanción como castigo se ha convertido en una bofetada con desprecio y amenaza, particularmente en el argot de la diplomacia internacional, que es en donde menos debería estar, pues desde hace un tiempo los países se han acostumbrado a que por cualquier diferencia o choque se sancionan sin tener en cuenta los efectos. Se parecen al Santo Oficio de la Inquisición que vivía de sancionar.

Hoy es muy raro que dos o más naciones no tengan sanciones, y mutuas.
Un caso reciente es el del choque de Ucrania, que condujo a un enfrentamiento geopolítico entre la Unión Europea y Rusia, que se agravó con Rusia cobrándose a Crimea, y luego todo el mundo sancionando a todo el mundo, para luego sufrir, después de la ego-ira, el costoso efecto comercial.

Trump ha resultado el campeón de la amenaza y las sanciones comerciales, léase ‘dañar o forzar negocios’ en la medida que sus conveniencias, algunas caprichosas, no sean aceptadas, siempre con una guerra comercial flotando en el ambiente, como el garrote de Teodoro Roosevelt (mantenga siempre una sonrisa en la cara pero también tenga un garrote en la mano).

Es posible que una buena parte del desbarajuste comercial del mundo hoy se deba al resultado de sanciones y pseudosanciones de quitar y poner que se han convertido en el juguete de la ‘diplomacia’. Hoy alguien le promete sanciones a otro, o se las quita si le conviene. Cabe preguntar, ¿quién tiene en el mundo la majestad y la potestad para imponer una sanción internacional, y quien se la concedió?
Terminada la Primera Guerra Mundial se pensó que la tuviera La Liga de Naciones, entidad en la cual se delegó una autoridad cuasi judicial, que sucumbió precisamente por el cuestionable efecto de las sanciones impuestas a Alemania al terminarse tal guerra en el Tratado de Versalles, tan descaradamente leoninas que ni el presidente Wilson de Estados Unidos ni su Congreso quisieron firmar, dadas las furiosas revanchas que suscitó, que causaron la Segunda Guerra.
Hoy se cree que las Naciones Unidas, a través de sus dependencias especializadas, son ese juez que puede sancionar a quienes violen algunas de las normas de buen comportamiento que forman un conjunto de compromiso para tener un mundo que respete los derechos generales e impida causales de sanciones que hoy se comparan con las bofetadas enguantadas seguidas de los cruces de lanza y espada de los “caballeros” de la Edad Media.
Sin embargo es notorio el uso en las relaciones internacionales en momentos de efervescencia y calor de sanciones o amenaza de ellas para demeritar, ultrajar, quitar, desestabilizar, con alto riesgo de ‘ir a las manos’, con las poblaciones pagando las consecuencias simplemente por la ira de alguien.