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Voto latinoamericano

Todos se reparten puestos, contratos y obras públicas, mientras la situación de deterioro social, hambre, crimen y fragilidad inunda las capitales y pueblos en todo el continente.

5 de noviembre de 2021 Por: Muni Jensen

Estamos en año de elecciones en América Latina. En lo que va del 2021 se escogieron presidentes en Ecuador y Perú, y se llevaron a cabo legislativas o subnacionales en El Salvador, Chile, México, Argentina y Paraguay. Faltan las presidenciales en Nicaragua, Chile y Honduras, y una aproximación de voto en Venezuela, todo antes de otro movido ciclo en el 2022 dominado por las fechas de Colombia.

Se habla de un retorno a la izquierda para la región, marcado por los triunfos en Perú, el empate técnico en Ecuador donde pasó raspando la centroderecha con Guillermo Lasso, y las fracturas políticas y económicas al final del mandato de Sebastián Piñera. Mientras tanto, en Nicaragua y Venezuela se llevan a cabo comicios con dudosa transparencia y estricto control estatal.

Dentro de este sancocho electoral queda claro que la democracia ha sido suplantada por el populismo, el extremismo y la autocracia. El continente está dividido entre los protectores del status quo y los populistas extremistas de izquierda y derecha. Todos se reparten puestos, contratos y obras públicas, mientras la situación de deterioro social, hambre, crimen y fragilidad inunda las capitales y pueblos en todo el continente.

Las protestas, paros armados, violaciones de derechos humanos, y la parálisis económica que acompaña el descontento se repite en uno y otro país, desde los dominados por millonarios en Chile, las dinastías familiares en Nicaragua, millennials corruptos como El Salvador. Ni una derecha arbitraria en Brasil, una izquierda incapaz en Argentina y un socialismo anticuado en México se escapan de la indignación. En este revuelto, la fugaz luz brillante parece ser Ecuador, que se salvó por un puñado de votos de repetir errores de la izquierda antecesora. Y Colombia, donde la democracia cojea, pero anda.

El panorama está revuelto y la mayoría de los líderes, flojos. Los problemas son enormes y transnacionales: narcotráfico, migraciones, desastres naturales por el cambio climático y una tibia recuperación económica que no logra romper la cadena de desigualdad y pobreza. Las reacciones se ven en la calle. Las perspectivas son nubladas por el mal gobierno y la baja vacunación. Se ajustan a la baja las cifras de crecimiento.

Frente a este panorama desolador hay luces de esperanza. América Latina se ha convertido en un destino atractivo para las inversiones en tecnología y energías limpias. Algunos países se han tomado en serio la oportunidad de redireccionar las cadenas de abastecimiento (el famoso nearshoring), creando nuevas oportunidades de manufactura. La atracción de inversión por medio de incentivos da un respiro de corto plazo a economías susceptibles. Los proyectos de infraestructura atraen capital fresco y mejoran las condiciones para el comercio. Las conversaciones sobre cómo enfrentar el cambio climático entre países vecinos, son un pasito hacia la integración regional.

Para Colombia hay lecciones electorales por aprender: La desigualdad es intolerable en un jardín de oportunidades. Las elecciones sirven para progresar, no solo para cambiar todo. Los violentos, los corruptos y el narcotráfico son los verdaderos malos. El miedo es mal consejero, los famosos ‘outsiders’ no saben gobernar, los extremos siempre son peligrosos, y los que se dividen, pierden. Las dinastías políticas son peligrosas, permanecer a la fuerza en el poder es dictadura, y la corrupción, el peor mal.

La integración genera economías de escala, la inversión es buena, el sector privado no es el enemigo, el comercio genera crecimiento. La tecnología es el futuro del hemisferio, y los jóvenes merecen una mejor educación. Pronto será el turno de Colombia en este calendario electoral. Vale la pena mirar el vecindario antes de salir a votar.
Sigue en Twitter @Muni_Jensen