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Pandemia, política y perros

Todas las mañanas, sin importar el clima, camino con Río, mi cachorro peludo y simpático, hasta una cancha de tenis medio congelada, para jugar con una pelota de tenis.

26 de febrero de 2021 Por: Muni Jensen

Todas las mañanas, sin importar el clima, camino con Río, mi cachorro peludo y simpático, hasta una cancha de tenis medio congelada, para jugar con una pelota de tenis. Pronto llegan varios vecinos con sus mascotas y sus mascarillas, y se arma espontáneamente un momento para socializar con las mismas personas que por años caminaban sin saludar, mirando al frente con audífonos puestos. Hoy, mi teléfono tiene contactos como Akito y Pax, Marcio y Atlas, o Jamie y Addie, indicando el nombre del dueño y por supuesto el del respectivo nuevo amigo de Río. De estos ratos surgen contactos laborales, recetas de cocina, recomendaciones de dónde obtener vacunas o entrenadores personales, y hasta consejos médicos.

Resulta curioso que todos son cachorros, tienen menos de un año. Son los cachorros del covid. Durante la pandemia, muchas familias encerradas en casa, con tiempo libre y poco entretenimiento buscaron compañía perruna. El resultado es una generación de mascotas que viven con sus dueños 24 horas al día, participan en las reuniones de zoom, y generalmente son el centro de atención familiar. Los entrenadores y ‘colegios’ están repletos y las clases virtuales a tope, pero muchos prefieren saltarse el entrenamiento. El resultado es una generación de perros trasnochados, ansiosos, malcriados y cariñosos, que se sientan en el sofá como un invitado más.

Hay varias escuelas de pensamiento y mucha polémica sobre dónde se deben conseguir, ya que en tiempos de covid los refugios y criaderos están a tope. Hay los puristas que buscan finos linajes, los humanistas que solo aceptan los adoptados, los que desprecian las razas híbridas y los que prefieren rescatar un callejero. Eso sí, el consenso general es que son la mejor compañía que a veces hasta se convierten en efectivas herramientas diplomáticas en el mundo entero.

En Estados Unidos, los perros presidenciales han hecho historia, tanto que Donald Trump fue muy criticado por ser el primero sin tenerlos en la Casa Blanca. Sobresalen el famoso ‘discurso de Checkers’ donde Richard Nixon intentó suavizar las críticas sobre mal manejo de su campaña con referencias a su cocker spaniel, y Bo, el perro de Obama que como su dueño tenía un orígen multirracial. Recientemente, tras el triunfo de Joe Biden, el país ha dado una efusiva bienvenida a Major y Champ, pastores rescatados y nuevos inquilinos de la Oficina Oval.

No se trata solo de un fenómeno americano. El cariño de la reina Isabel por sus corgis derrite un poco su imagen de hierro. Dilyn Johnson, del primer ministro inglés, se convirtió en herramienta de campaña de Boris. Vladimir Putin, tan frío, con frecuencia se toma fotos con sus cuatro cachorros. Por el palacio de la Moncloa de España pasaron los de Aznar, Rajoy y Sánchez, que tienen poco en común, salvo el amor por sus animales. Hasta Emmanuel Macron, siempre impecable, se deja lamer de Nemo, con nombre inspirado por el autor francés Julio Verne. Nunca sobra la foto de un jefe de Estado mostrando cariño y un lado más ligero.

Los llamados perros de la pandemia la pasarán mal cuando todos regresemos a la calle, a la oficina y al colegio. Mientras tanto, se han convertido en una terapia y una distracción, una forma de interactuar con extraños y una excusa para hacer ejercicio en un día de lluvia. En política, son un arma secreta que refleja empatía, acerca a los votantes, suaviza las relaciones y anima las campañas.

Sigue en Twitter @Muni_Jensen