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Otro mundo

El resto del mundo siente aún las réplicas de esta reacción. Para Bush significó declarar una guerra contra Iraq, para Obama el enemigo fue Isis, para Trump, tan racista, los musulmanes en general.

10 de septiembre de 2021 Por: Muni Jensen

Muchos recordamos el lugar en el que estábamos hace veinte años cuando los aviones se estrellaron contra las Torres Gemelas bajo el sol mañanero de Nueva York. Y si nos preguntan qué cambió ese día, pensamos primero en la seguridad de los aeropuertos, las largas filas para la revisión de maletas y los rayos X sin zapatos. Pero los sucesos de el 11 de septiembre de 2001 transformaron el mundo en aspectos que no nos imaginamos.

En Estados Unidos el antes y después es más obvio. El entonces presidente George W. Bush y el Congreso inmediatamente aprobaron el Patriot Act, una extensa legislación que abrió la puerta para la guerra contraterrorista, legalizó la vigilancia a americanos y extranjeros, apretó las regulaciones bancarias y creó un gran paraguas institucional llamado el Departamento de Seguridad Nacional, con poderes incalculables. Se declaró la guerra de Iraq donde murieron más de cinco mil soldados americanos, más del doble de las víctimas de los ataques, invasión que luego fue declarada como una violación de la ley internacional por parte de la ONU. Desde entonces, los gobiernos demócratas y republicanos no han echado atrás las regulaciones impuestas ni responden ante la vergonzosa ilegalidad de los presos de Guantánamo. Obama, Trump y Biden mantienen un raro consenso: la seguridad nacional es tema número uno en la agenda, y no tiene partido.

El resto del mundo siente aún las réplicas de esta reacción. Para Bush significó declarar una guerra contra Iraq, para Obama el enemigo fue Isis, para Trump, tan racista, los musulmanes en general. Para los demás, la guerra contra el terrorismo (término contradictorio en el fondo) sirvió para darle legitimidad a países con dudosos principios, como Arabia Saudí, Pakistán, Egipto y Turquía, a cambio de bases, uso del espacio aéreo, y acceso a inteligencia para Estados Unidos. El fundamento fue claro: el enemigo de mi enemigo, es mi amigo. El planeta inevitablemente se dividió entre amigos y enemigos de Estados Unidos, resaltado por un sentido agudo de la amenaza externa. La política exterior, en todos sus aspectos, se marcó con el sello del contra-terrorismo. Desde los tratados comerciales hasta la cooperación internacional pasó, y pasa aún, por este filtro. Bush lo dijo de manera simple: si no están con nosotros, están en contra.

Veinte años después, Estados Unidos colecciona fracasos en su política exterior. Lo sucedido recientemente con el torpe retiro de las tropas de Afganistán es un ejemplo de una guerra innecesaria, costosa y poco estratégica. Cuba y Nicaragua, los representantes latinoamericanos del ‘eje del mal’ de Bush, siguen igual de alejados de la democracia.
Venezuela, peor. Colombia y Perú, mejor librados por ser considerados aliados estratégicos, quedaron cobijados dentro de la guerra americana con designación de las Farc y Sendero Luminoso como grupos terroristas. Esto se tradujo en valiosos aumentos en la ayuda militar y táctica, y apoyo en el fortalecimiento y entrenamiento de los organismos de seguridad, y en la firma de tratados de libre comercio como sello de la alianza. El cono sur, con excepción de Chile, fue terreno olvidado, hasta que se organizó como un bloque ideológico de izquierda derivado de Mercosur. En ese momento les volvieron a parar bolas. Centroamérica es campo de batalla de esta guerra, y hoy es fuente de una pavorosa crisis migratoria y humanitaria.

A pesar de veinte años de guerra americana contra el terrorismo, éste continúa regándose por el mundo, con milicias violentas en Yemen, Libia, Niger, Somalia, y sin tregua en Siria. El petróleo del Oriente Medio sigue dominando la economía mundial y fabricando radicales. Rusia y China crecieron su huella antiamericana ante el vacío de estrategia de Occidente. El sentimiento de unidad duró poco. El legado triste de la ‘agenda de libertad’ tras el 11-S no es otra cosa que un mundo volátil cada vez más alejado de la democracia.
Sigue en Twitter @Muni_Jensen