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La religión de Trump

Es declarado agnóstico, aunque en su biografía dice que pertenece a la...

10 de diciembre de 2016 Por: Muni Jensen

Es declarado agnóstico, aunque en su biografía dice que pertenece a la iglesia presbiteriana. Dos veces divorciado, tiene hijos con cada una de sus tres esposas. La última, Melania, saltó a la fama por modelar desnuda. Sus imperio lo construyó parcialmente con el negocio del juego de azar, y su casino Taj Majal en Las Vegas es la meca de la plata fácil. Su atril es la televisión, su biblia es el Trumpismo, su religión es el poder y su evangelio es el culto al dinero y el irrespeto a las mujeres.Aunque parezca mentira, Donald Trump es hoy el presidente de los republicanos, el partido conservador de Estados Unidos que durante los últimos años ha abrazado las banderas de la derecha ortodoxa religiosa. Y quienes lo llevaron al poder son justamente los evangélicos blancos y sus abnegadas esposas que van a la iglesia todos los domingos. Está demostrado en la votación que recibió. Un abrumador 81% de los hombres y 64% de las mujeres religiosas votaron por él. Entre este grupo religioso, sólo el 16% de los hombres y el 36% de las mujeres prefirieron a Hillary. Vaya contradicción.En los últimos años, el partido republicano se ha arropado en la biblia y se ha convertido en el defensor contra las causas liberales. La oposición a la legalización de la droga, al matrimonio gay, y en particular a la legalización del aborto han dominado el debate político en Estados Unidos durante los últimos 10 años, hasta el extremo de sumirse en una interminable polémica sobre cuál baño deberían usar las personas transexuales. La plataforma de este partido, el de Eisenhower y Reagan, históricamente se había basado en teorías políticas neoliberales, en la defensa del libre mercado y de los impuestos bajos, en la devoción a un gobierno pequeño, y en la convicción de que el sector privado jalona la economía y genera empleo y bienestar. En política exterior los republicanos han sido más amigos de la intervención militar, del la supremacía americana y del uso del poder. Hoy esas fronteras se han desdibujado. El partido ha tomado unos visos proteccionistas, y acaparan la atención más como guardianes de la moral que de un gobierno eficiente.La religión y la política en Estados Unidos siempre han estado de la mano. La frase “one nation under God” (una nación bajo un Dios) está grabada en las mentes de todos los niños del país a través del “Pledge of Allegiance”, una especie de oración a la unidad de la patria que recitan a diario y a primera hora en el colegio. Hasta 1988, no había demasiadas menciones a Dios ni en la plataforma demócrata ni en la republicana. Fue en esa época que apareció en escena el predicador evangélico Pat Robertson, quien basó su campaña en la oposición a la ley Roe vs. Wade que legalizaba el aborto en Estados Unidos. De ahí en adelante, con Sarah Palin y el partido del Té, y últimamente con el odioso precandidato Ted Cruz, a Dios lo han querido volver republicano y los candidatos que quieran ganar campañas para el congreso, el senado, y la presidencia por el partido, deben hablar de religión, y mucho.Trump entendió el fenómeno y se adaptó a su manera, a sus votantes. Con un discurso anti-aborto, promesas de reestablecer la familia y el empleo, y continuas referencias al pasado, cautivó a los hombres americanos nostálgicos que vieron en Hillary una amenaza a su masculinidad, y a las mujeres conservadoras que se idenficaron más con las promesas a medias de Trump que con el sofisticado discurso feminista de su rival. La selección de un vicepresidente, Mike Pence, que pertenecía a la derecha religiosa, también ayudó a apaciguar los temores. Y la fórmula dio resultado.El desquite de la mayoría blanca conservadora llegó el pasado 8 de noviembre, tras ocho años de un gobierno de Obama que prestó atención a las minorías, a los hispanos, a las mujeres, a los jóvenes, a la comunidad gay, y a los afroamericanos, hasta el punto que los blancos se sintieron olvidados. Para rematar, esos mismos trabajadores evangélicos que Bill Clinton entendía tan bien, fueron ignorados por Hillary. Quizás eso explique por qué los protestantes de Estados Unidos al final le perdonaron a Trump que sus mandamientos fueran los siete pecados capitales: codicia, lujuria, glotonería, soberbia, gula, pereza, ira y envidia. Y con el voto le dieron la absolución.Sigue en Twitter @Muni_Jensen