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La inquietud de Isabella

Mi hija de 15 años, quien a pesar de vivir en Washington...

7 de enero de 2017 Por: Muni Jensen

Mi hija de 15 años, quien a pesar de vivir en Washington -ciudad de ‘nerds’ en la que se habla del Congreso y la Corte Suprema en el colegio, en el supermercado y en los bares- se ha declarado indiferente ante la política, me sorprendió recientemente con una reflexión. “Yo crecí con la presidencia de Obama. En un mundo en el que todos somos iguales, todos tenemos derechos, donde la tolerancia y la aceptación de diferencias nos marcaron. ¿Cómo van a crecer los niños que hoy tienen siete años, con un presidente Trump?”.El planteamiento es válido. Los ocho años de Barack Obama coincidieron con una transformación generacional, y a su vez sirvieron de trampolín para un cambio de actitud frente a la diversidad en Estados Unidos. Especialmente entre los jóvenes en áreas urbanas, se volvió inaceptable la homofobia, inadmisible el racismo, normal la práctica libre de religión o espiritualidad, y válidas las diferencias culturales. En el mundo Obama, todos eran iguales. Las uniones entre personas de diferente raza y credo se multiplicaron, así como las bodas de personas del mismo sexo. El impacto simbólico de tener como líder del país más poderoso del mundo a un hombre negro hijo de africano, casado con una brillante abogada afroamericana, con hijas adolescentes, se mezcló con las consecuencias reales de nuevas actitudes progresistas. Los ‘millennials’, aquella generación entre los 18 y los 35 años, que en Estados Unidos suman más de 75 millones de habitantes, se caracterizaron por la apertura ante las diferencias. Y su héroe fue Barack Obama. Obama termina su mandato desdibujado, abatido por la victoria de Trump ante Hillary, quien para muchos tenía casi asegurada la sucesión, y con una aplastante derrota de su partido en el Congreso. Mucho se ha hablado de su legado, manchado por la intención de la nueva legislatura republicana de borrar su principal proyecto de gobierno, el plan de salud pública bautizado como Obamacare. Sus logros en lo nacional y en lo externo se han convertido en material de burla y acusaciones de debilidad. Pero quizás lo más significativo es el cambio de ambiente que se respira ante la llegada de Donald Trump y su familia a Washington. Son los anti-Obamas: millonarios extravagantes, estridentes, impredecibles y sin sutileza, que no se han esforzado por callar las voces de sus seguidores más racistas, extremistas y fanáticos. La agria campaña electoral, y el flamante desembarco de Trump en la capital le ha dado vía libre a la incorrección política, y, con o sin intención del propio presidente electo, a los chistes racistas y de mal gusto en los colegios, a las esvásticas dibujadas en las paredes de los baños infantiles y en medio de las canchas de fútbol americano. Hablar duro y sin decencia es la nueva moda. En los eventos deportivos de los niños se escuchan insultos contra las minorías, mientras que en las filas de inmigración algunos oficiales no tienen reparo en pedirle a los inmigrantes que se vayan del país. Mis hijos, nacidos en Estados Unidos, ahora son ‘hispanos deportables’.Ojalá esta tendencia sea una moda pasajera, un grito de enojo de quienes últimamente no se han sentido representados. Confío en que los tolerantes jóvenes trasciendan la confrontación y sigan por el camino de la libertad y la apertura mental. Que esta población, numerosa y heterogénea, dotada de múltiples formas de comunicarse y aprender del mundo, le gane a quienes agitan las banderas de la xenofobia. Que los millennials de Estados Unidos y el mundo voten por el progreso y no por la paranoia. Y que en ocho años, mi hija de veintitrés pueda sentirse tranquila y orgullosa del mundo en que vive, a pesar de que no le guste la política y de que su presidente haya sido Donald Trump.Sigue en Twitter @Muni_Jensen