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La dama de rojo

Como líder de una renovada mayoría demócrata en la Cámara, enfrenta las diversas corrientes legislativas de su bancada, repartida entre veteranos moderados y jóvenes progresistas.

4 de enero de 2019 Por: Muni Jensen

Nancy Pelosi tiene 78 años, cinco hijos y ocho nietos. Esta demócrata católica nacida en Baltimore se posesionó por segunda vez como presidenta del Congreso de Estados Unidos, convirtiéndose en la mujer más importante de la política americana, la tercera en el poder después del vicepresidente, y en la peor pesadilla para Donald Trump. La formidable congresista, reelegida dieciséis veces en su escaño de la Cámara de Representantes, ha sido la primera, segunda y única mujer en ocupar la gigantesca oficina en el Capitolio con el rótulo de ‘Speaker of the House’.

Trump y Pelosi se parecen únicamente en la afición por el color rojo. Para Trump son las corbatas, siempre largas y brillantes bajo su chaqueta abierta. Para Nancy, los sobrios vestidos que elige para las fechas importantes, como hizo en diciembre cuando la citó Trump a la Casa Blanca a negociar, y también esta semana en el día de su posesión. En lo demás, son el agua y el aceite. La política de raza y el antipolítico por excelencia. La progresista y el nacionalista. Trump es impulsivo y volátil y no entiende el Congreso. Pelosi, una oradora mediocre, es más táctica que estratégica, con un estilo negociador tras bambalinas que la convierte en la mayor máquina de recoger fondos y de contar votos en su partido. Él es todo controversia. Ella despierta amores y odios, pero es una sobreviviente política sin par. La pelea entre los dos está cantada y será fuerte.

A Pelosi la conocieron bien los colombianos cuando en abril del 2008, en su primer paso por la presidencia del Congreso, frenó en seco al entonces presidente George Bush en sus intentos por aprobar el tratado de libre comercio con Colombia sin su bendición. Bush no logró forzar el voto, el acuerdo volvió a la mesa de negociación para agregar cláusulas ambientales y laborales, y el TLC se demoró cuatro años más en entrar en vigencia. La tardanza se atribuyó principalmente a la obstinación y fuerza opositora de la formidable Nancy. Hoy, once años más tarde, al retomar el cargo, su primera tarea será detener a Donald Trump.

Como líder de una renovada mayoría demócrata en la Cámara, enfrenta las diversas corrientes legislativas de su bancada, repartida entre veteranos moderados y jóvenes progresistas que la presionan a usar su martillo para retirar a Trump de la Presidencia. Su posición, producto de toda una vida en la política, es que no se hablará de ‘impeachment’ sin antes escuchar los resultados del informe del fiscal especial Robert Mueller sobre el Presidente y los rusos. Hoy nadie duda que los días de gloria de las mayorías republicanas han llegado a su fin, y que los demócratas usarán el regreso al poder para supervisar y complicarle la vida a la oposición, y especialmente al inquilino de la Casa Blanca.

El nuevo Congreso se posesionó en un Washington gris, de museos cerrados y oficinas desocupadas tras dos semanas de cierre de Gobierno. El primer reto de Pelosi será sentarse con Trump a negociar su reapertura. El cierre lo forzó el Presidente para intentar incluir en el presupuesto nacional la financiación del famoso muro con México. Pelosi ante los micrófonos afirmó que nunca lo aceptará. Ninguno de los dos quiere ceder y mientras tanto miles de trabajadores públicos siguen en casa sin pago y con sus correos oficiales bloqueados. Hay pesimismo sobre el desenlace de este pulso, pues ni Pelosi ni Trump quieren doblar el brazo. Para los próximos dos años se anticipan bloqueos, luchas internas y enfrentamientos en este choque de estilos. Ya veremos si triunfará la impulsividad o el cálculo, los insultos públicos o el cabildeo privado, la ruleta de Trump o el ajedrez de Pelosi.

Sigue en Twitter @Muni_Jensen