El pais
SUSCRÍBETE

Inicio

Artículo

Hipócritas con Cuba

En los últimos años las manifestaciones ciudadanas se han tomado todos los rincones del planeta de Hong Kong a París, de Moscú a Cali. El covid y las redes han resultado un coctel efectivo para expresar descontento y frustración, y también para desestabilizar

13 de agosto de 2021 Por: Muni Jensen

A mediados de julio estalló Cuba. La isla vivió a las manifestaciones más numerosas y extensas desde la Revolución de 1959 y la protesta más fuerte contra el gobierno desde el Maleconazo de 1994. El hartazgo por el covid, la escasez de alimentos, y una economía colapsada, sumadas a la eterna falta de libertad se rebosaron en las redes sociales y luego en la calle. “Cuba Libre”, gritaban, cantando a lo largo y ancho las estrofas de canciones de protesta. El gobierno respondió con fulminante represión, ataques de gas lacrimógeno, cientos de arrestos, heridos y desapariciones. Han perseguido y amenazado a docenas de periodistas, estudiantes y trabajadores, hasta sofocar las voces de protesta mediante la violencia y la suspensión del servicio de internet.

En los últimos años las manifestaciones ciudadanas se han tomado todos los rincones del planeta de Hong Kong a París, de Moscú a Cali. El covid y las redes han resultado un coctel efectivo para expresar descontento y frustración, y también para desestabilizar. Lo que sorprendió al mundo fue lo numeroso, inesperado y bien organizado que resultó lo de Cuba. Y lo rápido que mostraron sus colores los gobiernos del resto del mundo en sus respuestas.

El gobierno de Biden se puso de inmediato del lado del pueblo cubano, con un llamado de respetar “los derechos fundamentales y universales” y anunciando una manotada de sanciones simbólicas. Los intentos del Secretario de Estado Blinken de crear una coalición internacional para denunciar al régimen de Díaz Canel no dieron mayor resultado, ante la reacción tibia de países como España, Canadá y la propia Unión Europea.

Resulta increíble que los países que se rompen las vestiduras denunciando violaciones de derechos humanos en países como Myanmar, Hungría, y la propia Colombia, guardan silencio ante un gobierno autoritario, represivo y violento, que representa lo más lejano a la libertad y la democracia. Los latinoamericanos vacilaron también. En México Amlo buscó la oportunidad de culpar a Estados Unidos, y en la OEA solo unos pocos, incluyendo Colombia, se pararon al lado de la libertad, hasta que al final las conversaciones se suspendieron frente a la negativa de sus miembros de denunciar al régimen. Mientras tanto, los amigos de Cuba -Rusia, China, Irán, Venezuela- sí salieron al unísono y en voz alta a defender la dictadura, y defender sus negocios, sus inversiones estratégicas y sus planes de desestabilización global.

Las razones son varias para explicar este comportamiento poco consecuente: el pasado cubano y el halo de la revolución han servido de inspiración romántica para la izquierda mundial. Las imágenes del Ché Guevara, las historias románticas de las décadas del castrismo, y la ilusión de igualdad que alimentó a varios líderes en la región sigue viva.
En la construcción de este falso mito no se incluyó ni la represión, ni la violencia contra los ciudadanos, ni el deterioro económico, ni la ausencia de libertad.

La otra razón es más complicada. Estados Unidos, con el eterno e inútil embargo contra la isla, ha alentado el discurso perfecto del enemigo externo. La mayoría de los países que apoyan a Cuba lo hacen en función de defender a una víctima del Gran Hermano manipulador, que sofoca al país para mantener su hegemonía. El embargo convirtió al gobierno cubano en símbolo de la paternalista política exterior americana. El problema es que Biden, como sus antecesores, se encuentra arrinconado entre la fuerza de la comunidad cubana de Miami y sus hábiles representantes en el Congreso que piden línea dura y defienden el aislamiento, y el ala más liberal del gobierno quien acompañada de gran parte de los académicos, centros de pensamiento y analistas, busca una solución negociada y un fin al embargo.

El desenlace es frustrante: Los manifestantes fueron atacados con violencia. Los que juraron que no habría castrismo después de los Castro estaban equivocados. Díaz Canel sigue campante y los cubanos están más lejos que nunca de la democracia. El embargo continúa, posicionando mal a los Estados Unidos. Y el resto del mundo democrático, ese mismo que se pronuncia con vehemencia sobre lo divino y lo humano, prefiere mantener un silencio cómplice frente a uno de los desastres humanitarios más duraderos del mundo.
Sigue en Twitter @Muni_Jensen