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Festival de déspotas

Mientras el mundo se encierra para contener el coronavirus, crece otra enfermedad mundial, cuyos orígenes preceden al brote de Wuhan.

10 de abril de 2020 Por: Muni Jensen

Mientras el mundo se encierra para contener el coronavirus, crece otra enfermedad mundial, cuyos orígenes preceden al brote de Wuhan. Los síntomas son la erosión de la democracia, y sus protagonizas una pandilla mundial de autócratas que abandonaron el compromiso internacional con la libertad y la globalización y amarraron a sus países en un régimen arbitrario y restrictivo.

No hay nada igual a una pandemia para alimentar el miedo y la paranoia. Con esta gasolina, estos mal llamados líderes se arropan en sus falsos ideales de patriotismo para excluir, reprimir, y construir muros. Acaban con lo multilateral, el libre comercio y la globalización. Mientras el virus atravesó fronteras algunos gobiernos rompieron lazos, dejaron de tender puentes como niños petulantes que se llevan el balón a casa cuando están perdiendo el partido. El riesgo es que en el mundo se pierda no solo la salud y el bienestar económico, sino la propia democracia.

Esta coyuntura resultó ser el perfecto caldo de cultivo para los dictadores y semidictadores que han surgido en los últimos años: aquellos hombres fuertes en todos los continentes, disfrazados con elecciones amañadas, con sus manos en el mismo manual, sean de izquierda o derecha. Las circunstancias les ofrecen innumerables oportunidades de abusar del poder, de hacer mal uso de la autoridad militar, de reprimir, golpear, encarcelar y asesinar en nombre de la seguridad.

En manos de estos populistas los derechos civiles estorban. En salud pública, demuestran que la democracia es inversamente proporcional a la preparación, a la ciencia. Que no creen en los datos, ni en la meritrocracia. Gobiernan a bandazos con sus hijos, sobrinos y yernos. Sus amigos y caciques electorales engordan las filas de los altos cargos. Acaban con las instituciones de control, con la Justicia, con la cooperación internacional. Usan la mentira y las acusaciones para justificar demoras, malos manejos y despilfarros. Silencian con mentiras y amenazas a la prensa y a la oposición.


Es verdad que una gran mayoría de los presidentes, los buenos y los malos, han subido puntos en las encuestas en estos ‘tiempos de guerra’. Al convertirse esta crisis de salud en emergencia económica y de seguridad, es natural que se busque un mandatario fuerte. Pero hay diferencias.

Los demócratas se basan en los números, en el trabajo conjunto con países vecinos y entidades globales, dejan atrás las diferencias para hacer equipo con sus rivales. Los autoritarios se arropan con sus leyes de emergencia para apagar la libertad. Es tentador, ya que la mayoría de los derechos ciudadanos han tenido que ser restringidos por precaución ante el contagio.

Los excesos están en todas partes. Azerbaiyán, Filipinas y Turquía usan la cárcel y la violencia y la mentira para gobernar. Hungría se convierte en dictadura indefinida. En Israel se pospusieron los juicios de corrupción del Primer Ministro. En Tailandia apagaron con un decreto las protestas. En Rusia aprovecharon el mandato de buscar contagiados para montar un gran sistema de vigilancia ciudadana.

El virus sin democracia se convierte en xenofobia, en expulsión de inmigrantes en las fronteras, en culpar a los chinos, a los musulmanes, a los hispanos, a los forasteros en general, del contagio masivo. El virus, que no perdona raza ni religión, ni billetera ni color de piel ni persuación sexual es, de lejos, el evento de mayor impacto global de la historia reciente.

Al final la historia juzgará con dureza a estos dictadores y enemigos de la democracia, acostumbrados a pelear y a golpear. En este caso ninguna falsa demostración de fuerza funciona. Ni los músculos ni las balas, ni la cárcel ni la guillotina ni a la censura o la propaganda. El coronavirus responde a la ciencia, a la preparación, a la compasión, la disciplina y al sentido común. A la verdad de los datos y las estadísticas. A las políticas consistentes y la comunicación transparente. Al trabajo en equipo y los partidos unidos. Responde a lo responsable, a la unión. Responde al trabajo incesante de los verdaderos guerreros en todas las esquinas del mundo cuyas armas son sus manos, su valentía y solidaridad, las mismas armas de la libertad.

Sigue en Twitter @Muni_Jensen