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El divorcio inglés

En junio del año pasado, el 51,9% de los británicos votaron en un referendo a favor de salir de la Unión Europea, en una decisión que reflejó el estrellón de los votantes contra el ‘establishment’.

9 de diciembre de 2017 Por: Muni Jensen

En junio del año pasado, el 51,9% de los británicos votaron en un referendo a favor de salir de la Unión Europea, en una decisión que reflejó el estrellón de los votantes contra el ‘establishment’. Ante la sorpresa mundial, el pánico del sector financiero londinense, y la estupefacción de los burócratas de la Unión Europea, Gran Bretaña empezó su doloroso proceso de separación, o Brexit, con una fecha límite de marzo de 2019 para la salida.

Con el reloj corriendo, siguieron días de turbulencia; la renuncia del primer ministro David Cameron, el júbilo de los llamados euroesécpticos, críticos del poder centralizado de Europa, el temor de las élites a un efecto contagio en Grecia y Holanda, las sospechas de intervención rusa a favor de los que querían irse, y al final, la elección de Teresa May, parlamentaria conservadora de 61 años, crítica moderada del proceso. A May le corresponde entonces avanzar las negociaciones de salida, que se centran en tres temas: el ajuste de cuentas entre el Reino Unido y Europa, la frontera con Irlanda del Norte, y la suerte de los europeos residentes dentro del territorio inglés. Sobre estos asuntos y sus innumerables ramificaciones, se han centrado las conversaciones durante el último año y medio entre May y sus contrapartes de la Unión Europea.

El Brexit tiene importancia dentro y fuera de la UE por varios motivos. En un mundo permeado por el activismo, el rechazo a los partidos y políticos tradicionales, la preocupacíon por la inmigración, y el descontento de los pueblos con las instituciones, el resultado del plebiscito en Gran Bretaña fue la primera manifestación tangible del triunfo de la ola populista. Los proponentes de la salida recibieron apoyo de grupos similares dentro y fuera de Europa, y su causa se convirtió en un símbolo de rebeldía y protesta contra las élites del poder.

Adicionalmente, el Brexit será el primer caso de estudio sobre las verdaderas consecuencias económicas y comerciales de una decisión popular que para muchos no fue el resultado de una reflexión sino de un voto guiado por las emociones.

Hoy, el estado de las negociaciones indica que la panacea de libertad que prometieron los amigos del Brexit será prácticamente imposible de implementar, y que los ingleses pagarán un precio político, económico y moral para lograr unas condiciones similares a las que intentaron abandonar.

Esta semana fue un carrusel para la primer ministra May. Se llevó a cabo en Bruselas una tensa jornada de negociaciones entre su gobierno y la Unión Europea. Sobre la mesa estaba negociar partes claves del acuerdo que deberán ser ratificados por el parlamento inglés y la Unión Europea antes de la salida definitiva del 2019. Entre los negociadores había dos posiciones, los de un Brexit duro, es decir un divorcio con fronteras cerradas, abandonando el mercado único, y el blando, en el cual se conserva el comercio y se abren las puertas a los inmigrantes.

A última hora se salvó la conversación, que se había roto por divisiones entre May y sus aliados parlamentarios de Irlanda del Norte sobre el asunto fronterizo. Pero queda claro que los ingleses aún no se percatan del altísimo precio de la salida y que no hay un camino despejado. Peor aún, la sensación que ha quedado es la de un mal arreglo. Según las conclusiones de la reciente sentada a la mesa, Inglaterra pagará 40 mil millones de euros para salir, y habrá una salida suave que para muchos equivale a un divorcio en el que una parte paga mucho dinero para seguir viviendo juntos, pero en alcobas separadas.

El mal sabor del Brexit quizás sirva para disuadir a los envalentonados del separatismo, del populismo y del voto protesta. Pero también puede servir de campanazo para la élite internacional, para los débiles partidos y los políticos desconectados, sobre el alcance y las consecuencias del descontento ciudadano y la necesidad de corregir la irreparable brecha que existe en el mundo entre el pueblo y sus gobernantes. Hoy lo único que está claro es que el Brexit es irreversible y que la sociedad inglesa esta dividida hasta la médula. Ojalá sirva de lección.

Sigue en Twitter @Muni_Jensen