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Aplanadora china

Gracias a esta realidad, Trump ha convertido las relaciones exteriores de su país en campos de batalla contra China, que parece haberse tomado el mundo.

21 de junio de 2019 Por: Muni Jensen

El ruido es cada vez más fuerte. Los pasos de gigante de China en el mundo empezaron hace más de 30 años y pocos se percataron. Hoy, empujados por un gobierno autoritario pleno de poder, una destacable visión estratégica y una economía poderosa por su tamaño más no por su tibio crecimiento, este país de 1400 millones de habitantes alteró para siempre la balanza del poder mundial. Estados Unidos, que últimamente reacciona tarde y mal, decidió enfrentar la amenaza hablando duro e imponiendo aranceles a dos manos. Hoy el mundo y los mercados tiemblan ante las repercusiones de una guerra comercial entre los dos superpoderes, y tambalean ante la incertidumbre que genera la tensa relación. Hasta consideran que es el momento más complicado de la relación China-EE.UU. desde Tianamenen en 1989, donde Estados Unidos rechazó airadamente los sangrientos ataques de militares chinos a las protestas estudiantiles en la emblemática plaza.

Pues bien, después de años de reconstrucción de alianzas económicas y comerciales, hoy se vive una nueva era de conflicto. Esta vez el detonante no fueron estudiantes, sino la empresa Huawei, gigante tecnológico chino proveedor de tecnología 5G, la que empezó la guerra al ser expulsada de Estados Unidos acusada de espionaje y robo de secretos comerciales. Huawei, patrocinada por el gobierno chino, es considerada por Trump como una “amenaza a la seguridad nacional”. La pelea, que acabó con los intentos de un acuerdo comercial, descubre el camino de dominación que adelantan los chinos: su triunfo no es militar ni político, sino tecnológico, ambiental, de infraestructura y negocios, de penetración de otros países a partir de una estrategia de largo plazo que incluye le exclusión de Occidente y hasta planea la construcción de lazos culturales y humanos. Y así, la sumatoria de iniciativas chinas, y el éxito que han tenido en desplazar a EE.UU., se convirtieron en una amenaza existencial para Donald Trump.

Gracias a esta realidad, Trump ha convertido las relaciones exteriores de su país en campos de batalla contra China, que parece haberse tomado el mundo. En África, bajo la iniciativa ‘Belt and Road’ lanzada por el gobierno chino, se han desarrollado enormes proyectos de infraestructura. En el Ártico se aliaron con los rusos para desarrollar cables de telecomunicación submarina, y están atentos al desarrollo de un posible paso marítimo entre Europa y Asia. Ellos, al otro lado del mundo, tienen su ‘estrategia para el Ártico’ mejor diseñada que los canadienses. La huella en América Latina es igual de honda. En lo que el vicepresidente estadounidense Mike Pence recientemente calificó como “conducta comercial depredadora”, los lazos comerciales chinos con la región avanzan con pasos de gigante. Hoy es el primer socio comercial de Brasil, Chile, Perú y Uruguay, y el más grande comprador de la región, que les exporta 150 mil millones de dólares de soya, petróleo y minerales. Esto sin mencionar la financiación china de aeropuertos, dos canales, túneles, carreteras y redes eléctricas, y la inundación de productos eléctricos y electrónicos, químicos y textiles. Pocos dudan que como resultado de esa penetración, se agrandan también los tentáculos políticos que empiezan a desplazar la tradicional influencia americana.

De esta nueva realidad surgen varias preocupaciones para la región. En primer lugar, China no es una democracia, ni valora la libertad de expresión, ni la división de poderes, ni las elecciones, ni la prensa. Inquieta que en encuestas recientes los latinoamericanos tengan una visión más positiva sobre los chinos (77%) que de los americanos (61%). Además, sus compañías estatales se dedican a invertir en industrias extractivas, desestimulando la diversificación. Aunque han mejorado, tradicionalmente han operado con bajos estándares anticorrupción, ambientales y laborales e históricamente favorecen el empleo chino frente al local. Ni hablar del vínculo ideológico que se ha forjado con países nada democráticos como Cuba, Venezuela y Nicaragua. Pero quizás lo más riesgoso es que para América Latina, que debe mucho de su crecimiento y reducción de pobreza a inversiones chinas, la pelea amenaza con convertirlo en un campo de batalla de intereses cruzados de dos súper poderes envalentonados únicamente con conquistar el mundo.

Sigue en Twitter @Muni_Jensen