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El bullicio

La bulla que toleramos está llegando a límites catastróficos, somos una sociedad...

31 de julio de 2010 Por: Miky Calero

La bulla que toleramos está llegando a límites catastróficos, somos una sociedad sin límites en el ruido que generamos. Nuestro aparato productivo es cada vez más ruidoso e inmisericordioso con nuestros oídos, sino vaya a una fábrica moderna y compruebe los decibeles tan absurdos que se manejan. Berraca la gente que trabaja allí. Y después nos quejamos de que por qué existe tanta intolerancia familiar. Para recrearnos tenemos que gritar y oír música a todo volumen en equipos de sonido cada vez más sofisticados con sipotudos parlantes, ¡gúepaje! Que viva la ‘jiesta’, montémonos en una chiva estridente y vámonos a hacer escándalo por toda la ciudad, ¡güepaje! Nuestras cuatrimotos tienen que tener cámaras de resonancia en los exhostos pa que la gente sepa que aquí llegamos mijo y la nuestra es más tesa que todas. Los buses chimeneas y ruidosos cada vez más viejos que recorren las calles compitiendo por un pasajero son pan de cada día. Somos bulliciosos como diría Pernito, el payaso de Animalandia, muy bulliciosos.La cultura traqueta o paraca con todas sus excentridades, es ruidosa y se metió en nuestras entrañas. Disparar armas, la música de carrilera y el reguetón a todo volumen, hablar duro e intimidando, carros con ‘sonido’ de bajos penetrantes. Todo eso y mucho más es algo tan común en nuestra sociedad que hasta muchos de nuestros líderes políticos que deberían ser ejemplo de mesura, se comportan de esa manera. Se ha perdido el respeto por el otro, necesitamos del ruido para hacernos sentir, hombres de verdad, machos y berracos. Que el resto coman de lo que sabemos y se aguanten nuestra bulla que para eso tenemos plata, ¡güepaje! La dignidad de los otros… eso nos lo pasamos por la bragueta.El sonido del silencio, oír los grillos, los sapos, los pájaros y el agua correr, es tan bello y saludable, algo que el hombre moderno tiene que recuperar. Gran parte de nuestras enfermedades son causadas por la falta de serenidad que sólo el silencio puede dar. Cuando vamos a una finca en busca de esa tranquilidad no falta el vecino oyendo rancheras que aplastan los sonidos de la naturaleza. Qué rico respetar el sueño de los demás, es un derecho que todo ser viviente tiene, el derecho al descanso. Por favor bajémosle al ruido. ***Hablando de empresas y el ‘aparato productivo’, en muchos casos la esclavitud todavía se practica, de manera diferente a la de la fusta, pero está presente. Muchas veces los ‘patronos’ se olvidan que sus ‘esclavos’, perdón sus empleados, también tienen vidas propias con familia y derechos a la recreación y el silencio. El estrés al que los someten también es reprochable. ¿Por qué no vivir más relajados y sin tanto afán? Estoy seguro que se podrían conseguir mejores resultados. ¡Que viva Cali, cuidad de aguas mansas!