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Medardo Arias Satizábal

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Memorias de la lluvia

En la Buenaventura de mi infancia llovía igual con tozudez y era como si nunca hubiera parado de llover. La lluvia era una fiesta porque alistábamos pantaloneta y salíamos a corretear por las calles...

9 de mayo de 2024 Por: Medardo Arias Satizábal

Llovía todos los días con la insistencia del agua en los bosques infinitos, con la seriedad de un diluvio diario en el que los trastos, la ropa, los utensilios de cocina, las sillas de montar, los lazos, sabían que llovía o por lo menos se habían apropiado de esa temperatura, como si lloviera desde una edad inmemorial.

La misma edad que observaba el niño Neftalí Reyes Basoalto, Pablo Neruda, en el Temuco de su infancia donde su asombro se detuvo en los copihues, las flores de aroma intenso, y en la caparazón dorada de insectos que se quedaron para siempre en sus memorias: “Te traeré de las montañas flores alegres/ copihues/ avellanas oscuras y cestas silvestres de besos… quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos”.

Su padre era ferroviario y abría las puertas con su voz, como un trueno. Usaba capa como los castellanos viejos y llenaba la casa con diálogos que debían elevarse por encima del nivel normal, por el ruido atronador de la lluvia.

En la Buenaventura de mi infancia llovía igual con tozudez y era como si nunca hubiera parado de llover. La lluvia era una fiesta porque alistábamos pantaloneta y salíamos a corretear por las calles, a recibir el chorro potente de las canoeras; nadie nos había dicho que era peligroso estar al aire libre en medio de la tempestad, y con los relámpagos y la caída lejana de los rayos, dábamos saltos de alegría, como una celebración del estertor, del parto de la tierra. Llovía en el puerto y en los aserríos, en los esteros donde el camarón dejaba ver nítidas gotas en su caparazón traslúcida, llovía en la vivienda de los cangrejos y llovía en el camino lento del reculambay sobre los troncos añejos.

En una feliz ocasión, por invitación de la familia Pereiro Valdés, aterricé en el aeropuerto Mandinga de Condoto bajo la lluvia y me dirigí al viejo campamento minero de la Choco Pacific en Andagoya. El aguacero semejaba millones de pequeñas flechas que aterrizaban en el río San Juan y entonces, presencialmente, pude ver lo que puede ser una de las postales más bellas del Chocó: decenas de lanchas en las que los pasajeros viajan cubiertos con sombrillas de colores. Andagoya es el segundo lugar más lluvioso del mundo, después de Cherrapunji en la India. Las casas del campamento minero fueron construidas con madera de pino traída del Canadá, en medio de bosques de chaquiro, chachajo, chanul, sajo, otobo. El aguacero hace que la madera transpire por sus poros y aunque han pasado tantos años, el pino echa al aire ese perfume de bosques lejanos que contamina la ropa, el aire, las ventanas. Después que pasa el agua con su voz atronadora como la del Temuco de Neruda, un viento mefítico recorre los árboles, la ribera del río, y deja escuchar la voz de los nativos que embarcan para cruzar hasta Andagoyita. La sensación dura poco, porque minutos después se desgaja otro guaguancó de agua que arropa los diálogos, se mete a las cocinas y enfría la corteza del borojó.

Ya en la noche, en una de las pausas del diluvio, entra por la ventana el trino de una guitarra, voces que cantan “Chocoanita”, y el sonido del golpe de las bolas en el billar que la Chocó Pacific dejó intacto en el campamento.

Al amanecer la lluvia arrecia sobre un aviso oxidado amarrado en lo alto de un palo: “Drink Coke”, dice arriba y sigo ahí en conversación con Manuel Pereiro y Nhora Valdés, los padres de la reina Nhora Perfecta Pereiro. Manuel era hermano de Anunciación Pereiro, la actriz gallega que se hizo llamar Carmen de Lugo y contrajo nupcias con Bernardo Romero Lozano, fundador de la televisión colombiana. Su hijo, Bernardo Romero Pereiro, realizó la primera telenovela con tema afrocolombiano: “Candó”, inspirada en la compañía minera en la cual trabajó su tío Manuel.

El trino de la guitarra hizo que me fuera de parranda con los Pereiro a probar ese aguardiente de platino líquido. Desde el fondo de la cocina, Nhora Valdés pregunta quién se comió anoche el atún que era para unas empanadas gallegas. Todos callamos.

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