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La violencia expansiva

Parecemos absortos porque hemos construido un mundo en blanco y negro en...

7 de diciembre de 2016 Por: Melba Escobar

Parecemos absortos porque hemos construido un mundo en blanco y negro en donde los maltratadores suelen ser pobres, vivir en hacinamiento, trabajar jornadas infrahumanas o pertenecer a una banda criminal. Tal vez por pura perplejidad, o una mezcla de perplejidad con amarillismo, volvemos una y otra vez a contar que Rafael Uribe Noguera salió del Gimnasio Moderno, que estudió en la Javeriana, que tenía dinero, que su hermano era un prestante abogado de Brigard y Urrutia, uno de los bufets más poderosos de la capital. Y tal vez también por perplejidad, o quizá porque tenemos la sangre caliente, porque actuamos como verdugos sobre cada masacre, cada feminicidio, cada asesinato, energúmenos clamando por justicia, pidiendo pena de muerte, cadena perpetua, desmembramientos del victimario: “Que le arranquen los testículos”, “que lo arrastren por la calle”, “que lo violen”, “que le quemen la cara con ácido”, “Que lo hagan arder en aceite caliente”. Leo eso en las redes mientras me pregunto por la madre y el padre de Yuliana Samboni, desplazados por la violencia del Cauca, él trabajador en la construcción, ella en una espera de cinco meses de embarazo que ya no podrá ser dulce. Vuelvo a preguntarme cómo es posible llegar a Bogotá huyendo de la violencia para encontrarse con el abuso sexual y atroz asesinato de la hija pequeña. Es demasiado. A esto hay que sumar un cubrimiento amarillista, perverso, donde se leen en vivo y en directo la orden de captura y los cargos al victimario en presencia de la televisión y la prensa desde la sala de un hospital. Por supuesto no faltaron los periodistas que silenciaron el nombre del responsable para protegerlo, así como no han faltado quienes con furia vengativa repiten sus apellidos, su árbol genealógico, y sus parientes en instituciones prestigiosas. Una y otra vez pasamos por lo mismo. Un caso terrorífico, sanguinario y cruel, luego la indignación, el amarillismo, siempre exaltada desde la prensa, el ánimo vengativo, las declaraciones de castigos, las amenazas, la petición de pena de muerte o cadena perpetua por autoridades incluso como la directora del Icbf en esta ocasión.Por unos días prevalece el linchamiento. Pero una vez vuelve a enfriarse la sangre, el violador pide perdón, los linchadores cambian de canal, y todo pasa hasta que se perpetúa otra tragedia, otra masacre, otro feminicidio, que nos saque a la calle a gritar, que nos haga proferir promesas de ajusticiamiento, tortura y muerte.Al final no ocurre nunca nada. Y no ocurre porque no somos una ciudadanía comprometida con soluciones estructurales, con cambios en la institucionalidad y en la cultura. No ocurre porque nosotros, como los medios, como la ley, actuamos como animales pasionales que gritan y zapatean movidos por el dolor y la furia, pero luego se calman y se olvidan hasta que el ciclo se reinicia, una y otra vez entre la inercia y la desmemoria, las ganas de salir a matar y el alivio pasajero, aunque la madre de Yuliana siga aun en el hospital y su padre esté deshecho escuchando esta violencia expansiva que con seguridad no les traerá consuelo así como no nos trae nada, únicamente su propagación inmarcesible del campo a la ciudad y viceversa, de la televisión a la calle, y de la guerra a los hogares, como una enfermedad sin remedio de la que no hubiéramos encontrado jamás una cura, solo su preservación, una y otra vez, de generación en generación, entre su repetición y su contagio.Sigue en Twitter @melbaes