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La soledad de las víctimas

Duele pensar qué solas están las víctimas en un país donde los políticos solo recuerdan a los niños en vísperas de elecciones, y donde la Iglesia es capaz de enlodar a sus propias víctimas antes de reparar los daños que les ha causado.

15 de febrero de 2017 Por: Melba Escobar

Ya lo decía ayer el diario El Espectador. Con el pretexto de la defensa de los derechos de los niños, políticos como el exprocurador Alejandro Ordoñez, el concejal de Bogotá Marco Fidel Ramírez, la senadora Viviane Morales y la diputada santandereana Ángela Hernández se batieron en contra del plebiscito por la paz por considerar que promovía la mal llamada ‘ideología de género’.

Para estos adalides de las buenas costumbres, defensores de la ‘familia original’, dispuestos a dar la pelea por conservar los ‘valores’ de nuestra sociedad, la adopción solo puede darse entre un hombre y una mujer, pues “a los menores en condición de adoptabilidad se le debe garantizar lo primero: el amor, el afecto, el cuidado, la crianza y la posibilidad de ser formado bajo el rol paterno y el rol materno”. Así lo explicó en su momento la senadora Morales, para quien estas son obligaciones del Estado.

Y es justamente por la batalla que dieron estos espadachines contra el matrimonio y la adopción igualitaria, en defensa de los niños y a favor de los valores tradicionales cristianos, que tanto desconcierta su silencio actual. Cuando la Arquidiócesis de Cali, en cabeza del abogado Walther Collazos, afirma que “la causa del daño (léase la violación sistemática de cuatro menores) es atribuible de manera exclusiva a las víctimas indirectas, quienes faltaron a su deber de cuidado, vigilancia, comunicación y protección de unos niños de 10 y 13 años que bajo ninguna circunstancia podían decidir, resolver, determinar el curso y devenir de su vida y su libertad sexual”, ellos callan. Ellos, los salvadores, callan cuando a unos niños y sus familias se les responsabiliza de las violaciones perpetuadas por un sacerdote que aprovechó su poder y su autoridad amparado en la Iglesia para someterlos.

¿Será que el silencio de estos defensores se debe a que están protegiendo a la Iglesia, más allá de sus depravaciones y fechorías? Me inclino por esta última tesis. Para nadie es un secreto el poder del voto católico y cristiano en nuestro país. No en vano la supuesta ‘ideología de género’ movilizó a iglesias enteras a votar por el ‘No’ so pretexto de rechazar un plebiscito que “promovía la homosexualidad”.

La paradoja es que justamente la mentira y el castigo que ha sufrido culturalmente la homosexualidad, ha llevado a cientos de miles de hombres a encontrar refugio en la Iglesia.

Quienes crecen en ambientes donde son aceptados y queridos, más allá de cual sea su condición sexual, son personas sanas, libres y en paz, que saben expresar amor y construir relaciones genuinas, equilibradas y consentidas. Pero lo cierto es que este discurso no es vendedor. No da votos, no atrae fieles ni consigue diezmos. El discurso que funciona es el del bien y el mal, ese donde unas personas, por alguna arbitraria razón, encarnan el pecado. Ese que es efectivo y efectistas, el que tan bien usan clérigos y políticos, un discurso que nos señala a quien amar y a quien odiar, en quien confiar y en quién no, aun cuando quien lo profesa sea en este caso una autoridad de sotana que en privado aplica todas esas aberraciones que critica en el púlpito.
Duele pensar qué solas están las víctimas en un país donde los políticos solo recuerdan a los niños en vísperas de elecciones, y donde la Iglesia es capaz de enlodar a sus propias víctimas antes de reparar los daños que les ha causado.
@melbes