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La Feria y sus demonios

La Feria del Libro de Bogotá ha ido incrementando en público,...

27 de abril de 2016 Por: Melba Escobar

La Feria del Libro de Bogotá ha ido incrementando en público, tanto como en zanqueros, papayeras, tunas, payasos, contorsionistas y puestos de algodón de azúcar. Como dice Gloria Susana Esquivel en su Facebook (reproduzco con su consentimiento): “El sábado pasado vi filas tanto para Germán, como para Vallejo, como para comer en Kokoriko, como para hacerse el nombre en japonés y meterlo en un grano de arroz, como para ver los conmovedores mapas emocionales del artista holandés que por un lado dibuja una casa flotante en Holanda y por el otro a Bogotá con sus fronteras invisibles y clasistas. El sábado también experimenté la pluralidad en carne propia. La charla de Actualidad Panamericana estaba llena, luego tuve una conversación extraordinaria con Justin Torres, Carolina Sanín y Guido Tamayo sobre el terror y la infancia y estaba llena, al fondo una carpa de una revista musical ponía trance y estaba llena, fui a un evento de poesía de una editorial independiente y estaba llena, me tomé un cerveza en lo de Heineken y estaba lleno, fui al pabellón internacional a visitar el de Chile (porque trajeron libros de Hueders, muy recomendados) y estaba lleno.A pesar de tu olor a piscina de pelotas por tanto niño mojado, te quiero Filbo. Yo también fui una niña en uniforme húmedo feliz de perder clase por ir a curiosear libros”.También yo crecí yendo a la Feria. Recuerdo esos paseos entre cerros de libros como edificios. Alguna vez un profesor tuvo la idea de meternos en un auditorio. No recuerdo de qué hablaban, pero sí recuerdo nuestra apatía, nuestras ganas de hablar mientras hablaban los expositores, de reírnos cuando no tocaba y cuchichear sobre los dientes del escritor o las gafas del moderador. Muchos años más tarde siendo profesora de colegio, tuve que padecer ese suplicio del estridente desinterés de los adolescentes. Por eso mismo me resulta tan confuso entender que sean los mismos profesores de literatura, editores, gestores culturales, promotores de lectura, libreros, quienes hoy se ofendan porque un Youtuber chileno llena la Feria del Libro hasta hacerla colapsar. ¿Pero no era eso lo que querían desde un comienzo? ¿Que los niños y jóvenes quisieran leer? ¿O la idea era que leyeran, de forma masiva, el Quijote? ¿Qué otro libro habría sido admisible leer? ¿Hay un catálogo de ‘libros buenos’ y ‘libros malos’? ¿Quién o quienes van a conformar el comité de censuras?A muchos puede no decirles nada Germán Garmendia, con su hablado veloz, sus chistes fáciles y su recreación de situaciones cotidianas. No pasa nada. No tiene que gustarnos a todos. Pero otra cosa es este purismo lastimero que lleva a tantos a lamentarse del estado de la cultura occidental, a hablar de “tristeza”, “enfermedad”, “fin de la cultura”, a exigir que La Cámara del Libro “pida disculpas” que las editoriales “nunca vuelvan a invitar YouTubers a la feria porque ese no es su espacio”. Tan es su espacio que nunca había estado tan llena de gente. ¡Pero si mucho cuando vinieron Chespirito y Paulo Coehlo hubo semejante turbamulta! Que uno preferiría que ese público hubiese venido a ver a la premio Nobel de literatura, pues sí, pero de ahí a la prohibición o la censura es una muestra de tontería, o hay que decirlo, de incultura. A mí el chileno me hizo reír. A quienes les parece una idiotez, no pasa nada, hay mucho más en la programación, cada quien a lo suyo y que viva la pluralidad.