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Guerra o paz en el Capitolio

Un discurso ligero, más lleno de lugares comunes y de promesas generales,...

23 de julio de 2014 Por: Melba Escobar

Un discurso ligero, más lleno de lugares comunes y de promesas generales, fue el que dio Juan Manuel Santos al instalar el domingo pasado un Congreso encabezado por el senador José David Name, quien es de su mismo partido y enfrenta una investigación preliminar por paramilitarismo. Sin meterse en honduras, el Presidente volvió a hablar de la paz, un eslogan que, como dice Juanita León, suena trillado, más cuando a su consolidación se le atribuyen poderes mágicos, sin asumir con rigor y responsabilidad las durezas y complejidades que vendrían en un periodo de transición, sin mencionar el posconflicto. Pero más allá de insistir en que otra vez el mandatario muestra su tendencia a los grandes anuncios más que a las grandes acciones, la gran esperanza es que quienes llegaron al Capitolio tengan la capacidad de cumplir con la que debería ser una responsabilidad histórica. Y esta va más allá de lo que suceda en La Habana.¿Qué pasará si no se logra firmar el acuerdo? Lo que debería suceder es que de todas maneras se hagan las reformas que siguen pendientes, para que la justicia y la educación funcionen bien o para que la sociedad colombiana deje de ser una de las más desiguales del mundo. En fin, que con o sin paz, el país siga adelante. Lo curioso es que ya pasaron las elecciones y parece ser que todavía no hemos llegado a ese período de madurez cuando de cortejar a la muchacha con flores se pasa a la convivencia, con todo y sus aspectos menos galantes. Lo que quiero decir es que el Presidente debería mandar mensajes más claros, autocríticos, realistas y conscientes de las concesiones que empresarios, políticos, medios de comunicación, academia y ciudadanos de a pie tendremos que hacer para alcanzar la paz. Ésta, como bien lo señaló uno de los expresidentes invitados al evento sobre la Tercera Vía que tuvo lugar en Cartagena, va mucho más allá de firmar un papel con las Farc o –agregaría yo– de pintar palomitas blancas. Y el Congreso, que con temor presentimos que puede convertirse en una plaza de mercado donde haya más lugar a las afrentas personales que a la concertación, tendrá un reto inmenso. Para comenzar, porque sus integrantes conforman uno de los grupos ideológicamente más divididos que haya habido nunca. Tal vez ahí radica el reto. Si Name, Teresita García u Horacio Serpa, pueden conversar con un Álvaro Uribe y estos, junto con sus compañeros de bancada, logran entender el punto de vista de Antonio Navarro, Claudia López o Jorge Robledo y viceversa, tal vez sí podemos imaginarnos una paz sostenible y duradera. Porque las distintas facciones ideológicas, de izquierda y derecha, tienen asiento ahí. Como si fuera un retrato del país, con todo y sus defectos, entre los parlamentarios hay de todo, comenzando con una cuarta parte de los senadores bajo sospecha de tener vínculos indebidos con los grupos violentos. Pero aun así, habrá que hacer un esfuerzo por acercarse a la comprensión del otro, a sabiendas de que en algunos temas, el único acuerdo será el de estar en desacuerdo. No obstante, también será posible encontrar terrenos comunes, si los congresistas se acuerdan de que trabajan para todos los colombianos. Hasta ahora la opinión está pendiente sobre quién le lanza un dardo a quién, pero también debería prestarle atención al que sea capaz de hablar con su contrario. Es más fácil ser escéptico y creer que todo va a ser como siempre. Si es así, no habrá mucho remedio. Porque a su manera la paz comienza por el Capitolio.