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El origen del mundo

En un país donde la violencia doméstica avanza a pasos agigantados, no se puede pensar en el futuro sin incluir un plan de salud mental.

5 de diciembre de 2017 Por: Melba Escobar

“Tenía 13 años cuando mi mamá me abandonó”, “No había salido del colegio cuando la pareja de mi mamá me golpeó hasta dejarme incapacitada de por vida”, “Mi bebé se me murió con menos de 6 meses de nacida”. Luego les preguntaron por recuerdos felices, muchos de ellos agridulces. “Mi mamá nunca vivió conmigo, pero una vez me mandó un gatito de regalo”, “cuando cumplí quince años me compraron un ponqué”, o “cuando me gradué del colegio mi papá gastó pollo”.

Estos recuerdos, definitivos, transformadores en su capacidad para destruir o reparar, están hechos de familia, parientes, sean o no de sangre. Podría seguir contando historias de vida hasta completar el espacio de esta columna y mucho más. Un blog. Todas las resmas del país, del mundo. El hombre que recuerda cuando era violado de niño por su padrastro policía, la mujer a quien de niña su hermano encerraba en un armario durante horas. Y más, y más, y más.

El legado de abusos no justifica su continuidad, pero clama por reparación. Es por esto que haber encontrado el Programa Juvenil de Justicia Restaurativa del Distrito de Bogotá me trajo algo de consuelo. Porque sí, vivimos en un país violento. Y mucha de esa violencia, tanto urbana como rural, no viene de los paras, ni de la guerrilla, las Bacrim, el ejército o la policía. El origen, la semilla, es esa violencia que se instala a sus anchas desde la más temprana edad entre cuatro paredes. Sobra decir, no son problemáticas independientes. El tejido de la violencia se expande, sube, baja, se derrama afuera, en la calle, y vuelve a entrar a la casa, incontenible.

Es ahí, en esa semilla del calor de hogar, donde se cuecen los miedos, las tristezas, las necesidades, los traumas y esperanzas. Por eso resulta triste que la familia sea un tema casi exclusivo de los partidos de extrema derecha, de los políticos con inclinaciones religiosas de interés electoral. Debería ser el Estado, en un interés genuino y sostenido, el responsable de reparar los dolores de una sociedad mentalmente enferma. La familia (lo digo sin dogmatismo, compuesta por quien sea mientras profese amor y respeto) es el origen del mundo. Es ahí, en esa intimidad compartida de los primeros años, donde nacen nuestros sueños y nuestras peores pesadillas. Este programa, activo desde mayo pasado, hace viable que tanto jueces como fiscales se inclinen a favor del Principio de Oportunidad, pues si bien ya existía en la ley, apenas ahora el Distrito ha trazado una ruta para hacerle un tratamiento a los agresores, así como a las víctimas, quienes por primera vez hacen parte de un proceso de sanación del cual son protagonistas.

En lugar de estar engrosando las cifras de centros carcelarios, estos jóvenes tienen la oportunidad de aprender a entender sus emociones, al tiempo que las víctimas pueden pensar en pautas de crianza, esas que jamás recibieron en sus hogares, pero que ahora les son ofrecidas por un equipo profesional. Haber tenido la oportunidad de conocer tanto a víctimas como victimarios, entender lo que esta nueva oportunidad en la vida significa para estas personas, ha sido como encontrar una luz al final del túnel. En un país donde la violencia doméstica avanza a pasos agigantados, no se puede pensar en el futuro sin incluir un plan de salud mental. Ojalá, al paso de unos años, la justicia restaurativa sea una realidad no solo en la capital, sino en todo Colombia.

Sigue en Twitter @melbaes