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Turismo de la miseria

Parodiando la disputa que se presentó en 1847 entre Proudhon y Marx,...

12 de agosto de 2010 Por: Medardo Arias Satizábal

Parodiando la disputa que se presentó en 1847 entre Proudhon y Marx, cuando el primero publicó su ‘Filosofía de la Miseria’ delante de un Marx que le enrostró ‘Miseria de la filosofía’, recojo el texto de Kennedy Odede que me envía Gladys Conde, donde se plantea, sensitivamente, el tema del denominado ‘turismo de la miseria’.Odede es africano, nació en Kibera, uno de los barrios más pobres de Nairobi, y quizá del mundo; pertenece hoy a la Universidad de Weslayan, Middeltown, Connecticut.Echa una mirada compasiva a estas grandes riadas turísticas que recorren África y América, entre otros lugares, en busca de sensaciones diferentes, de fotografías ‘exclusivas’, de ambientes míseros donde hay mujeres que dan a luz delante del barrio entero, con parteras que se ayudan con una botellita de alcohol de lámpara.Odede recuerda cómo estaba un día lavando platos en su vivienda, cuando una mujer de sombrero encintado, como las que aparecen en las portadas de los magacines, le hizo una foto y desapareció. Piensa que muchos de estos visitantes son conscientes de los niveles de pobreza que observan por primera vez, y llevan inquietudes a sus comunidades, pero en general, no se produce comunicación entre ‘los turistas ricos’ y los protagonistas reales de la miseria que mira impasible a las cámaras. Les atrae saber que todavía hay quienes cocinan sobre cuatro piedras.El desequilibrio en el mundo no desaparecerá y tampoco esa curiosidad un poco obscena de la especie humana. En Cali ya funcionan, bien aceitadas, las redes de hostales mochileros que brindan al turista lo que este quiere ver: barrios pobres, Salsa, clases de español, expediciones a San Cipriano, todo, dentro del mercado de las interconexiones globales de Internet, un medio que no siempre es confiable.Todavía recuerdo la graciosa imagen de un hotel del Brasil al que eché ojo en Internet antes de visitar Río de Janeiro. Las habitaciones no eran fastuosas; se veían sencillas, pulcras, de un gusto espartano. La mesa del comedor, con frutas, y claro, lo mejor era el nombre. Se llamaba ‘O Veleiro’, algo que remite necesariamente al mar. El glamoroso hotelito no era más que una casona en las colinas de Botafogo, un distrito en plena jungla, a una hora de la playa de Ipanema, y al que era menester llegar después de atravesar una favela. En la noche se oían tambores de Macumba y los zancudos que venían de aquel Mato Grosso cercano, eran como vampiros. El ascenso a Pan de Azúcar y el aire del mar, en Playa Bermeja, me disiparon el mal rato de esa noche espantosa.Fui engañado, como le ocurre a muchos turistas, y caí en plena favela, sin proponérmelo. Hacer esta clase de expediciones con suficiente conocimiento de causa y efecto, requiere de medidas de seguridad. He visto este tipo de visitas a barrios tan tenaces como el Bronx; los turistas europeos se extasían también en Harlem, en la Avenida Malcon X, donde los borrachos duermen la resaca frente a los templos vigilados por leones de oropel.Odede no pide que termine esta clase de turismo; sólo pide diálogo, buena fe: “Me sentí como una fiera en el zoo”, dice cuando recuerda el momento de la foto.Aquí en Silvia, ningún Guambiano se deja retratar sino recibe unos denarios. Pasa igual en las poblacioens de Palestina, Taparal y Papayo, en las bocas del río San Juan. Los reporteros que llegan con ínfulas de National Geographic, saben que no es tarea fácil. El indígena, además, piensa que las cámaras le roban la imagen, y no sólo es obsceno, sino ilícito, dejarse filmar sin antes conceder un permiso.

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