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Tarantino vive

La mayor cantidad de información, la interconexión y diálogo entre continentes, no han traído un enriquecimiento cultural, como podría pensarse, sino la homologación de la superficialidad y la estulticia.

11 de septiembre de 2019 Por: Medardo Arias Satizábal

Tarantino acaba de despertarnos de la modorra del mal cine, con su obra maestra ‘Érase una vez en Hollywood’, donde narra segundo a segundo y de acuerdo a su imaginación, el execrable crimen de Sharon Tate a manos del clan Manson.

Que el mundo del cine se ha banalizado y en sus nuevas propuestas es notoria la mediocridad de guionistas, artistas y puestas en escena, en general, lo expresó hace muchos años el director español, Pedro Almodóvar en Cannes.

Quizá no sea este director el más indicado para señalar las medianías del cine, pero sí es importante que un protagonista del fenómeno, de su talla, lo haya dicho en un foro tan importante.

Almodóvar, al igual que otros directores, también ha caído en la tentación de hacer concesiones al comercio y a las temáticas explícitas de su homosexualidad, como lo vimos en ‘La mala educación’, donde aprovechó el mal momento de la iglesia católica con los abusos de sacerdotes a niños, para demonizar a la curia española y, de paso, romper con el discurso del erotismo, en favor de escenas pornográficas de innecesaria crudeza.

Sin embargo, su denuncia con respecto a los malos tiempos del cine, no está exenta de valentía. No vivimos hoy, precisamente, los tiempos de Huston, de Louis Malle, de Godard, Fellini, De Sica o Buñuel. El gran cine ‘de autor’ está hoy en la trastienda de la historia, y hoy todo parece ingrediente del mismo cocido; sexo, violencia, dinero, y vuelta a lo mismo, como una noria.

Tendríamos que pensar en la desaparición del cine como una de las bellas artes, cuando debería tener en este tiempo toda la madurez para aprovechar los recursos que le fueron dados: danza, fotografía, teatro, arte pictórico, música, poesía, imagen en movimiento, todas las opciones cromáticas, ventanas a lo surreal y lo fantástico. La crisis se presenta curiosamente cuando se dispone, al menos en Hollywood, de más dinero para grandes producciones.

Pero, si hacemos un recuento de los filmes clásicos, de los memorables, ninguno de ellos pertenece al género de las súper producciones. Salieron del magín de directores que en la mayoría de los casos no respondían a un conocimiento especializado; es decir, no fueron a universidades a estudiar la ‘ciencia de la cinematografía’, sino que eran dignos discípulos del Renacimiento, hombres al estilo del Siglo XIX, que aplicaban en el XX, la riqueza de un conocimiento universal.

Es cierto que un Visconti, un Passolini, no se dan todos los días y es poco probable que podamos esperarlos al final de estas generaciones demarcadas por el analfabetismo creciente que estimulan los medios masivos de comunicación, -la televisión, el principal de ellos-, la seudomúsica, los seudoartistas, los seudoescritores y los directores de cine sumidos en la pobreza creativa.

La mayor cantidad de información, la interconexión y diálogo entre continentes, no han traído un enriquecimiento cultural, como podría pensarse, sino la homologación de la superficialidad y la estulticia. Pero no es sólo el cine. Es general el malestar en la cultura.

Localmente, la literatura también exhibe las mayores medianías. En Colombia todos somos poetas mientras no se demuestre lo contrario. Y en el género del cuento existen loquitos que le ladran a la luna y tiran piedras a ver si alguien se acuerda de ellos, como es el caso de un escribidor que vigilaba carros en Palmira y hoy funge como ‘escritor’, gracias a la simulación. Lo conocí como pupilo de un médico samario de apellido Huguet que aplicaba la medicina a la literatura y recreaba historias con el páncreas, el hipotálamo. Hombre culto el médico, falleció y su legado fue saqueado. Pero le haré justicia; conservo varios de sus cuentos. Publiqué uno de ellos en La Gaceta de El País. Su resurrección traerá no pocos sinsabores.
Sigue en Twitter @cabomarzo

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