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¿Misas de sanación?

Mujeres que entran en convulsión y caen desmayadas, mientras sus parientes las...

12 de febrero de 2015 Por: Medardo Arias Satizábal

Mujeres que entran en convulsión y caen desmayadas, mientras sus parientes las ventean con pañuelos, gente que tira las muletas y camina en medio del clamor de una multitud que parece poseída por una fuerza supraterrenal, niños que hablan con voz de adultos, todo hace parte del ‘show’ de la fe, simulado o real, que puede verse en los exorcismos colectivos.El arzobispo de Cali, Monseñor Darío de Jesús Monsalve, a tono con un reciente mensaje del Papa Francisco, acaba de exhortar a las parroquias de Cali, para que se abstengan de practicar “misas de sanación y exorcismos”, por considerar que “la santa misa, en sí misma, es de sanación”. El prelado afirma que convertir estos actos de “sanación” y milagrería en espectáculos públicos, “abusa de las necesidades insatisfechas de muchas personas”, y no constituye un serio y desinteresado anuncio del Evangelio. “No solamente se prestan para el engaño y la explotación, sino que pueden ocasionar más daños y males a quienes buscan remedio. La oración y los sacramentales que la Iglesia dedica para atender a las personas que sufren, han de estar conformes con los criterios de la Iglesia Universal y con los rituales debidamente aprobados por la Santa Sede para esos casos”, afirmó.Uno se pregunta entonces quién engaña y quién explota; ¿el sacerdote que a través de un discurso convincente logra semanalmente sanar espíritus? O la industria de la milagrería que merodea en torno a los templos. Vivo cerca de la iglesia de Fátima, y por ello sé que del milagro viven miles de personas en Cali. Del milagro y de milagro, porque uno se pregunta qué puede ganar un minorista de escapularios, una voceadora de velas, un traficante de incienso. A la misa de las seis de la tarde los lunes en Fátima, es menester llegar desde las cuatro o cinco, y en ocasiones llevar la propia silla, porque la multitud se desborda hasta la calle, entre lisiados, sillas de ruedas, y quincalleros del milagro que dejan escuchar por parlantes discursos evangélicos, mientras adentro se apagan las luces y hay gente que solloza delante de la lumbre de las velas. Particularmente me parece conmovedora esta misa y no sé qué hará el párroco de Fátima con esta amonestación arzobispal. Quizá dejarla sólo como la liturgia tradicional y quitarle el nombre.En esto del milagro afloran sentimientos compasivos; al igual que otros vecinos de Fátima, muchas veces me quejé por no poder transitar un lunes en estas cercanías, -el parqueo es a dos carriles- y encontrar, inclusive, la puerta de mi garaje bloqueada por el automóvil de algún fervoroso feligrés. He visitado el templo de Fátima en Portugal, y me pregunté por qué siendo vecino de una parroquia consagrada a la Virgen de la Cova de Iría, no iba hasta ahí, a solo cuatro cuadras de mi casa. Pues, llevé mi silla un día y pude ver lo que ahí pasa. Entendí por qué esta, al igual que otro día la misa del Padre Gonzalo Gallo en El Templete, es uno de los actos religiosos más taquilleros de la ciudad. Existe ahí tal sentido de fraternidad, tal deseo de comunión y de paz que, sinceramente, pienso, parroquias así pueden contribuir de manera decidida a este proceso de unión y de perdón que toca ahora a los colombianos.Mucha gente en Cali busca el camino de Fátima o de la Roosevelt, tratando de encontrar una respuesta a su desesperanza. Cuando las condiciones socio-económicas, morales o espirituales, no son muy favorables, la religión ayuda, se convierte en un bálsamo, en un apoyo para sobrellevar el cilicio de la existencia.Otra cosa sí, es el aprovechamiento indebido que se hace de la doctrina, para esquilmar incautos, una conducta muy en boga hoy a través de innumerables iglesias que crecen como hongos en las zonas suburbanas del país.

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