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“Menina que passa…”

Era 1962 y en una mesa del bar Veloso, en la avenida...

5 de julio de 2012 Por: Medardo Arias Satizábal

Era 1962 y en una mesa del bar Veloso, en la avenida Prudente, hallábanse departiendo el músico Antonio Carlos Jobim y el poeta Vinicius de Moraes. Hay quienes dicen que era de tarde, pero registros poéticos aseguran que fue en la mañana, cuando el viento corre azul por la playa de Ipanema y las olas se encrespan hasta hacer un bordado que apenas irisa el sol. O sea, se trata de ese primer sol tibio de la mañana, sin turistas, cuando sólo los residentes cercanos de esta área de Río, visitan la playa.El poeta y el músico venían ahí con frecuencia a compartir, entre una y otra cachaça, los saberes del mundo. Desde Francia los había llamado Jean Claude Lelouch, obsesionado con la idea de hacer una película romántica, “Un hombre, una mujer”, con la música de Jobim.Pero también una discusión en torno a la obra del poeta Machado de Assis, una edición de sus poemas de amor, con prólogo y selección de Jamil Almansur Haddad, los traía ocupados; discutían acerca de un verso que decía: “¡Um poeta e de norte! E de capote! Que é isso, amigo autor? Leitor amigo, Imagina que estás num camarote, vendo pasar en cena um drama antiguo; Sem lança não conheço D. Quixote, Sem espada é apócrifo um Rodrigo…”. Pero lo que pasó esa mañana delante de ellos no fue propiamente el drama antiguo de Don Quijote o el Don Rodrigo Díaz de Vivar.Vinicius, consciente de que la belleza es necesaria, como lo cantó en un poema, vio venir por la acera del bar a una chica que no caminaba, sino que flotaba entre un pareo color turquesa. Tantos días de tertulia ahí, tanto mirar hacia fuera y nunca, nunca, una mujer al pasar les había producido esta sensación de muerte lenta, de estar delante de una océanida, cuyo paso ponía aromas de vainilla y regaliz en el aire. Ella notó el azoramiento de estos dos contertulios, e inclinó la cabeza del lado de la sombra. Fue cuando un sol tibio puso visos dorados en su pelo, bajó hasta sus rodillas y se detuvo un instante en sus tobillos.Se alejó camino del mar, y el músico, con la complicidad de Moraes, empezó a pergeñar notas en una servilleta.Luego se supo que la del cuerpo dorado, la que llevaba en su balanceo el sol de Ipanema, la “menina que passa”, la de la infinita gracia, era Eloisa Eneida Menezes Paes Pinto, “Heló”, para sus amigas, garota anónima hasta ese día en que nació la canción.Casó con un ciudadano de apellido Pinheiro y fue emblema de los 60, de esa música que galopaba en el lomo del saxo meloso de Stan Getz, tiempos en que se fraguaba un ritmo mezcla de canción de cuna y poesía en las tabernas de Liverpool.Cuando la canción se hizo famosa, muchas garotinhas salieron a decir que aquellas notas habían sido para ellas. Heloisa abrió una casa de modas con su marca, ‘La Chica de Ipanema’, contrariando un poco la atmósfera recatada y conservadora en la que había sido criada por su padre, un General de Caballería que fue censor de prensa en tiempos del Gobierno militar. Venía de un hogar roto, pero, así lo afirma Diego A. Manrique, con una madre que “vigilaba para que llegara virgen al matrimonio. Los autores de Garota de Ipanema eran hombres maduros (y casados), e inicialmente no identificaron al objeto de sus deseos, hasta que Vinicius lo largó en una entrevista. Jobim fue más discreto: todavía intentaría seducir a Helô antes de que pasara por el altar...”.El viejo bar Veloso, se llama ahora ‘Garota de Ipanema’; la partitura original de Jobim, con anotaciones al margen, ocupa hoy toda la pared. Hay una mesa al fondo, en la que no es posible tomarse un caipirinha, porque continúa reservada, 50 años después, para ese par de poetas, Jobim y Moraes, que vieron a una chica pasar.

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