El pais
SUSCRÍBETE

Lluvia de patio

Al pie de La Alhambra, en Granada, hay un pequeño salón de té que recibe en su puerta iluminada a los que bajan del laberinto del Albaicín.

21 de octubre de 2020 Por: Medardo Arias Satizábal

Al pie de La Alhambra, en Granada, hay un pequeño salón de té que recibe en su puerta iluminada a los que bajan del laberinto del Albaicín, el barrio por cuyas calles tortuosas erraron los últimos moros. Cuando se corona la cima de este antiguo barrio árabe se entiende el misterio de los Omeyas, la esencia del otro día Califato de Córdoba.

Una amiga quiso darme un regalo especial y me llevó hasta el borde del abismo, en El Albaicín, con la mano sobre los ojos; “No los abras, me decía; no los abras que te conozco…”, y me condujo hasta el borde del promontorio, para decirme luego que era menester, ahora sí, mirar al frente. Lo que apareció ahí fue la postal nocturna, magnífica, de La Alhambra en la noche, y sentí entonces el estremecimiento del último rey Nazarí al perder para siempre este palacio parecido a una rosa perpetua.

Descender de la cumbre del Albaicín hasta las orillas del Darro, en la noche, tiene el embrujo de los paseos inéditos en la búsqueda del primoroso azar; aquí una puerta que señala un jardín de granados maduros, más allá un huerto que esparce en el viento de la noche perfumes de menta, jengibre, jazmín, albahaca y regaliz y, entre pausas de silencio, las risas que vienen desde abajo, desde restaurantillos encantados y cafés donde la vida parece verdadera.

A la entrada del salón de té de la Calle Bañuelos, alguien cuyo nombre ahora no recuerdo, escribió: “Lo que hace a España un país culturalmente especial, diferente, es saber que es una nación cristiana, musulmana y judía al tiempo…”, mensaje.

Un té de mango, jóvenes que hablan en árabe y español y la visión de una joven francesa que chupa su pipa de agua, además de la visión de un patio interior donde es menester que llueva para ya más nunca irnos de ahí, convierten la noche de Granada en un tapiz demasiado precioso, donde solo se escuchan flautines de paz. El patio es pequeño y una aldaba cruza su puerta. El té se alinea en la vitrina, y parece sagrado y precioso. La lluvia cae en aquel patio, como si lavara el olvido, como si quisiera exclusivamente hacer música en nuestros oídos.

“Federico no debió hacer demasiado esfuerzo para ser poeta en esta ciudad”, dije, viendo saltar gatos atigrados por las tapias, descendientes de los últimos felinos domésticos que acariciaron las hetairas de Boabdil. Federico se fue después de inventar un río de palabras oscuras, agua que corre bajo la tierra, para interpretar esta España adosada a la Sierra Morena.

La tarde nos muestra espejos desde las tiendas de abalorios, y por las calles vemos cruzar buses rojos, como los de Nueva York, los mismos que llevan en sus terrazas a turistas que desean conocer la casa del poeta, su jardín. Todos preguntan por la saga de los Camborios, por el moreno de verde luna que andaba despacio y garboso y con una vara de mimbre iba a Sevilla a ver los toros.

“Las naranjas de las calles de Sevilla son agrias; en otro tiempo las exportábamos a Inglaterra, pues a los ingleses les encanta la mermelada de naranja agria”, oigo decir, mientras abandono ‘La Maestranza’, y evoco la noche de Granada. Abandono ahora la única plaza de toros del mundo donde la gente pide silencio -chisss-”, a la hora de la verdad. En la vuelta de ‘Sol’, veo el farol, el mismo que alumbró a Lorca antes de que la tarde pusiera huevos en la herida. Su luz es orín de los toriles, gangrena adelantada al poeta en Nueva York.

En los cafés junto a la plaza se bebe manzanilla bajo recios toros disecados, entre homenajes a Gallo, Manolete, Bienvenida, Dominguín, Rincón, ahumados ya en los espejos por las fiebres del verano. Más allá, estallan los fuegos del barrio de Triana, junto al Guadalquivir, cuando las tataranietas de Camborios vienen a ofrecer su ramito de romero para la buena suerte. La luna, gorda y recién bañada, me dice desde arriba que la suerte no existe en noches como esta. Solo el perfume en el viento.

Sigue en Twitter @cabomarzo

AHORA EN Medardo Arias Satizabal