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Libertad a Ublime

Más arriba de Irlanda y de Noruega, más allá de Nortumbria, donde los pocos habitantes se acostumbran a vivir bajo un techo de agujas de hielo, está pues Ublime, el territorio que apareció de pronto, mágicamente, entre el himno de Colombia.

1 de diciembre de 2021 Por: Medardo Arias Satizábal

Ublime existe; no solo es el balbuceo de los niños para aprender a decir ‘sublime’, sino que es un pueblo, ahora lo sabemos, perdido más allá de las nieblas de Nortumbria, ese territorio que Borges imaginó gótico y sombrío. Algunos historiadores radican el nacimiento de la leyenda germana de los Nibelungos, en Ublime, y aseguran que fue de ahí de donde partieron las Walkirias, más hacia el norte, en busca de la tierra donde el viento hace remolinos de nubes, donde el sol brilla solo por veinte segundos al día, y es preciso escuchar, entre las grandes hojas de los árboles, la risa dispersa de los gnomos.

Cuando Shakira pronunció aquel ‘Ublime’, pensé, no sé por qué, en el norte, y llevado por la intuición me fui al Atlas, no al nuevo, sino al Copernicano, el mismo que mantengo a la vista en medio de mis libros, pues tiene al pie algunas notas de Pigafetta. Quise creer que Ublime estaba, por simpatías con Joyce, cerca de Dublín, pero me equivoqué. No apareció en la isla de Irlanda, ni cerca del Úlster o Uladh.

En la búsqueda, topé con Überlingen, una localidad alemana del hoy estado federado de Baden –Wurtemberg, a orillas del lago Constanza.

Me fui a las ‘hightlands’, ahí por Escocia, en pos de Ublime, pero lo claro es que ese territorio, desconocido por el ojo humano, escondido en su barrera de brumas, continúa como un gran coto, esté sí vedado, de la antigua cultura celta.

Busqué el Atlas por la potísima razón de estar convencido de que ningún acto humano es fruto del azar. Estamos ligados a lo que hacemos y todo encuentro en apariencia silvestre, no es más que una cita con el guion ya trazado. Llámesele providencia, Moira o destino.

Cuando Shakira pidió la libertad de Ublime, lo que deseaba rescatar realmente era la independencia de ese territorio de la imaginación, donde  todavía sopla Eolo y el concepto de inocencia es tan puro, que nadie se atreve a profanarlo. Es lo más parecido al silencio. Para entrar en Ublime hay que hacerlo de puntillas, para no despertar a los gnomos, a las últimas ranas encantadas que otro día fueron princesas.

Pedir la apertura de ese lugar, el último, el que va quedando de los viejos cotos donde las hadas hablaban de un árbol a otro, es lo que ha despertado los nervios de los nativos subtropicales, temerosos de enfrentar el retorno de la fantasía.

Más arriba de Irlanda y de Noruega, más allá de Nortumbria, donde los pocos habitantes se acostumbran a vivir bajo un techo de agujas de hielo, está pues Ublime, el territorio que apareció de pronto, mágicamente, entre el himno de Colombia.

Quizá esta petición de la cantante colombiana es demasiado audaz en tiempos de incredulidad. Bien al norte, muy al norte, los últimos celtas, lo sé, no desean la libertad de Ublime. Destapar estas cañadas heladas, estas escarpadas colinas al ojo depredador del Siglo XXI, sería como entregar la última virginidad del alma, ese espacio lacrado con tres sellos donde penetran solo los limpios de corazón y los poetas.

Sentí un vahído que casi me derriba cuando escuché, en medio de los gobernantes de las Américas, esta petición de libertad por una tierra que pocos conocen, y por la que nadie, por ignorancia, da un solo maravedí.

Creo, querida Shakira, que es mejor dejar intacto ese territorio del sueño y la leyenda donde solo los niños son felices y comprenden. Llevo varias noches navegando en esas aguas gélidas, en la barca irreal en la que escucho los murmullos de la orilla, voces saltarinas que hablan de un más allá, un lugar todavía más remoto que Ublime, donde quizá nunca iremos porque, conformistas que somos, creemos conocer ya lo sublime.
Sigue en Twitter @cabomarzo

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