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Lennon

Al final de su vida hacía exactamente lo que siempre había deseado: canciones “naturales”, atadas de todos modos a su fama y nombre.

12 de julio de 2017 Por: Medardo Arias Satizábal

Al final de su vida hacía exactamente lo que siempre había deseado: canciones “naturales”, atadas de todos modos a su fama y nombre. Como alguien que se despacha con una melodía debajo de la ducha y la graba en el instante, para ser luego repetida en millones de lugares de la tierra.

Cada año, desde el Hotel Ameritannia en Manhattan sale la Beatlemanía en busca del último entorno que rodeó al Beatle John Lennon. Pero, este fervor se vive también en buena parte de los lugares cercanos a Times Square, donde se alojan los expedicionarios, los ‘arqueólogos’ de la cultura de los 60. Parte del tour marcha hacia el Bowery, en busca del Cbgb, lugar emblemático donde Ramones y Jerry García y sus ‘Muertos Agradecidos’ se hicieron grandes, donde Patty Smith cantaba como si disparara descargas eléctricas desde sus cuerdas vocales. Al bajar por el barrio chino y atravesar el Bowery, se llega de pronto a ‘Ramones Street’, frente al Cbgb, ese templo del Rock, congelado en el tiempo, con sus paredes repletas de grafitis, su hedor a noches guardadas, sus micrófonos quietos en la tarima, como a la espera del concierto.

La horda va en tren hasta la estación más cercana a Central Park donde se alza el edificio Dakota, lugar donde un 8 de diciembre de 1980, un admirador desencantado disparó contra el Beatle. Era ya noche, y el Dakota lucía sin ambages su estampa gótica; un par de antorchas encendidas iluminaban a retazos la puerta por donde salió ese día fatídico del 80, el músico al que Norman Mailer llamó “un genio del espíritu”.

Los buscadores de Lennon se inclinan sobre el círculo de cerámica, en el borde del Central Park contiguo al Dakota, donde los adoradores de su música escribieron ‘Imagine’, y donde cada noche, desconocidos dejan ramos de rosas, velas encendidas. El aviso ‘Strawbery Field’, señala el sendero hacia el bosque ya en penumbras. Si hubiera sobrevivido a estos tiempos, contaría hoy 76 años, él que revolucionó toda la música moderna con novedosos hallazgos musicales y letras inocentes llenas de poesía.

Había nacido un 9 de octubre de 1940, en Liverpool, mientras los aviones nazis bombardeaban el puerto. Tuvo una infancia y adolescencia desgraciadas, pues su padre, un marinero, venía a casa de vez en cuando, hasta que desapareció; igual su madre. Mary, una tía, debió criarlo y enseñarle los primeros acordes musicales, en un viejo banjo del abuelo.

Liverpool era entonces un puerto en decadencia, como lo fue Cleveland en Estados Unidos, a orillas del lago Erie. Bajo sus grúas oxidadas y barcos que iban y venían, se fraguaba, no obstante, un interesante movimiento musical. Desde América llegaban los acetatos de Ray Charles, Chuck Berry, Little Richard, la simiente del rock estadounidense y del ‘Rhythm and Blues’, una música que al joven John Winston Lennon, le atraía poderosamente.

Nunca negó que la música americana, la que llegaba a los muelles de Liverpool, había sido su primera gran inspiración. Con Paul McCartney, creó su primera agrupación, y luego se unieron a ella Ringo Star y George Harrison, con quienes patentaron la agrupación ‘Long John and the Silver Beatles’, un largo nombre que sería después, solamente, ‘The Beatles’. Inicialmente, tocaban en bares de mala muerte, en el barrio chino de Hamburgo, hacían giras por Escocia, pero esos malos tiempos terminaron, cuando Brian Epstein firmó con ellos en 1961 el 25% de todo contrato.

Los Beatles se tomaron Nueva York y el mundo, patentaron una popularidad que permitió a la Corona Inglesa, nombrarlos ‘Caballeros de La Legión Británica’.

Lennon, como Michael Jackson, como Gardel, se despidió joven. Antes de morir en 1980, presentó su álbum ‘Double Fantasy’, donde confesó su amor por Yoko y por su hijo Sean.

‘Imagine’ es hoy un himno pacifista.

Sigue en Twitter @cabomarzo

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