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La literaria vida

Vargas Llosa no volverá a cometer el error de inmiscuirse en política. Muchas veces, la tiranía de este ejercicio en Latinoamérica, oxida y empobrece cualquier pensamiento noble

24 de febrero de 2021 Por: Vicky Perea García

Habían transcurrido 28 años cuando América Latina recibió otro Nobel de Literatura en el nombre de Mario Vargas Llosa, el autor que lejos de olvidar su oficio de toda la vida, arrullado por las esencias de la gloria, nos sorprende cada día con la lucidez de sus textos en la prensa española y con su cada vez más depurada prosa en iluminadas novelas.

Se ha dicho desde siempre que las razones políticas pesan al momento de conceder el galardón, pero también es cierto que este homenaje reconoce toda una vida de trabajo literario, a veces, no siempre, de amplio reconocimiento mundial.

La descripción de ‘animal literario’ se adjudica a aquellos que escriben de manera infatigable, con pulso firme y con mejor imaginación; Mario Vargas Llosa responde bien a esa denominación. Su novela, ‘El paraíso en la otra esquina’, es una de las obras más sobresalientes de los últimos tiempos. Retomó ahí esa prosa exhaustiva, descriptiva, de afán perfectible, que observamos en sus primeras obras; a veces, un escritor debería permitirse sólo una novela, como Juan Rulfo, pero Vargas Llosa, al igual que García Márquez, ha escrito en abundancia, para culminar centrado en los mismos temas, referencias y obsesiones que distinguimos en sus trabajos más clásicos.

‘El paraíso en la otra esquina’ se salvó, irremediablemente, de la hojarasca de otras obras como ‘¿Quién mató a Palomino Molero?’, ‘Lituma en los Andes’ o ‘Los cuadernos de Don Rigoberto’. Apuntó directamente a dos vidas: la de la activista Flora Tristán y la de su nieto Paul Gauguin. La primera fue archiconocida por los historiadores peruanos; su tío, Pío Tristán, vivió en Arequipa, la misma ciudad donde nació Vargas Llosa, circunstancia que sirvió al escritor para bosquejar un cuadro histórico, saeteado por la ficción.

La Arequipa y el Perú de Flora Tristán aparecen de cuerpo entero en esta novela, con sus tradiciones, guerras y remilgos sociales; la proeza, no obstante, de Vargas Llosa, consistió en recrear también la Francia del Siglo XIX, con una propiedad asombrosa; personajes y lugares, sobre todo los que tienen que ver con Fourieristas y Sansimonianos, esos revolucionarios románticos anteriores a la ‘dictadura del proletariado’. Habían realizado ‘esquemas de salvación’ para la clase obrera, con base en teorías sentimentales; uno de ellos quería dividir el mundo en falansterios, lugares ocupados por 400 familias representantes del género humano, gentes que estarían dotadas de compasión, fraternidad, hermandad.

Flora Tristán recorrió la Europa de cardadores de lana, fabricantes de paños, zapateros, curtidores de cueros, con la idea de la ‘Unión Obrera’, un sueño de liberación en el cual cabían los ‘Palacios Obreros’, lugares donde los hijos de los trabajadores, sus esposas y ellos mismos, así como los ancianos, encontrarían solaz, tranquilidad, cuidado, sopa caliente a toda hora. Pero ella también quería liberar a las mujeres, emanciparlas del varón, darles orgullo, independencia, en un momento del mundo en que las mujeres eran subvaloradas y explotadas bajo la institución matrimonial. La Tristán escritora, lesbiana, perseguida, recorre las páginas de ‘El paraíso en la otra esquina’, en contraposición histórica al devenir de su nieto Paul Gauguin en las islas Marquesas.

Vargas Llosa recreó con perfección la personalidad de Gauguin, su aspecto fuera de lugar en las islas, sus amores y obsesiones seniles, para llegar a convencernos que estuvo ahí, en el instante de la creación, cuando Gauguin tomó los pinceles y se dio a dibujar los pies ásperos y los ojos oblicuos de las mujeres morenas que lo visitaban en su casa atelier cercada por la moral de los colonizadores.

Vargas Llosa no volverá a cometer el error de inmiscuirse en política. Muchas veces, la tiranía de este ejercicio en Latinoamérica, oxida y empobrece cualquier pensamiento noble. Vuelve prosaico todo lo que parece divino.

Sigue en Twitter @cabomarzo

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