El pais
SUSCRÍBETE

Fin a la agonía venezolana

Maduro se parece cada vez más a Noriega, el general panameño que desafiaba al imperio con un machete y terminó acorralado, sin poder dormir, ante la descarga de rock and roll a muy altos decibeles que le decretaron los marines estadounidenses para sacarlo de su madriguera

26 de abril de 2017 Por: Medardo Arias Satizábal

Maduro se parece cada vez más a Noriega, el general panameño que desafiaba al imperio con un machete y terminó acorralado, sin poder dormir, ante la descarga de rock and roll a muy altos decibeles que le decretaron los marines estadounidenses para sacarlo de su madriguera.

Cada vez se percibe más la caída de este pobre comisario de la izquierda internacional, hoy en derrota ante el fracaso sucesivo de los satélites de Cuba en América Latina. A Colombia le conviene la salida del dictador venezolano o una intervención de fuerza de los Estados Unidos, pues ello reduce aún más la esperanza fariana de establecer aquí un régimen similar.

El desprestigio de la cacareada revolución bolivariana, algo que no promovió Colombia o ninguna otra nación, sino que es el resultado del clamor de un pueblo cada vez más desprotegido y hambriento, termina por echar la última palada de tierra al sueño revolucionario cubano, hoy por fuera de la historia.

La tumba del castrochavismo está cavada y hoy sólo faltan los difuntos; los Castro que han plagado de miedo, hambre y opresión a la bella isla caribeña, y los herederos del ‘loco Chávez’ que repartía petróleo por el mundo, el recurso más valioso de su país, para darle respiración boca a boca a su adláteres.

Acabo de ver una fotos espeluznantes; el Madurismo tiene unas “patrullas de choque” amaestradas por milicianos cubanos, que van en moto entre la multitud que protesta en las calles de Caracas y otras ciudades de ese país, repartiendo bala.

Literalmente. Estos delincuentes son peores que los “Ton Ton Macoutes” de François Duvalier en Haití.

Lo que resulta realmente vergonzoso es que se haya tomado el nombre de Bolívar para bautizar este fiasco que convirtió a los venezolanos en ciudadanos de tercera, mendicantes por el mundo. Un pueblo valioso, querido, hermano, peregrina hoy por las embajadas en busca de asilo. Muchos profesionales venezolanos han venido a Colombia, donde son bienvenidos. Recientemente, a través de DW, el canal alemán en español, me enteré que son también una comunidad nueva y pujante en Argentina.

Toda dictadura tiene fin; la venezolana se está prolongando más allá de la agonía, pero terminará, con seguridad, más temprano que tarde. Un grupito de oligofrénicos que levantan un librito para sustentar sus “verdades”, desaparecerán. El turbión de la historia, su propia dinámica, se encarga de sacarlos de juego. No hay estupidez gubernamental que pueda prolongarse ante la oposición frontal y erguida de un pueblo. No es posible que en 20 años un país haya sido sometido a destrucción sistemática.

De la misma manera como Estados Unidos respondió a la agresión química en Siria, tiene el compromiso moral e histórico de intervenir en Venezuela donde su población civil está siendo diezmada todos los días por asesinos carnetizados por el Estado.

La justificación para esta invasión está servida desde hace varios años. El Departamento de Estado tiene en Washington pruebas fehacientes del narcotráfico amparado hoy desde Caracas. Venezuela, como otro día Cuba y Nicaragua, es el nuevo santuario de la mafia coquera. Fueron cientos los millones de dólares que el General Arnaldo Ochoa le aportó a Cuba, con el consentimiento de los Castro. Se hicieron los de la vista gorda cuando les convenía, y luego fusilaron a Ochoa. Pero la historia no miente. Ahí están las fotos de Pablo Escobar realizando embarques en Nicaragua, y los testimonios de quienes pueden aseverar que Fidel sí sabía que sus lugartenientes traficaban con coca colombiana y diamantes africanos.

El naufragio de Caracas es también el de La Habana. Por ello tanto tiro, tanto muerto en su estertor. El sueño de una sociedad igualitaria va en contravía de la condición humana. Somos desiguales; una de nuestras más caras posesiones es el amor a la libertad, al sagrado albedrío.

Sigue en Twitter @cabomarzo

AHORA EN Medardo Arias Satizabal