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El viejo Empire

Construido en plena crisis económica de los Estados Unidos, fue por mucho tiempo el edificio más alto del mundo. Después del World Trade Center, volvió a recordarles a los neoyorquinos esa ciudad hecha a escala humana donde otro día, en 1933, King Kong se apertrechó en su pararrayos, furioso de amor.

9 de septiembre de 2021 Por: Medardo Arias Satizábal

Cuando derribaron las torres de Nueva York hace 20 años, el Empire State reinó en la silueta nocturna de la ciudad y volvió a ser el mismo viejo risueño referencia de esta metrópoli.

Construído en plena crisis económica de los Estados Unidos, fue por mucho tiempo el edificio más alto del mundo. Después del World Trade Center, volvió a recordarles a los neoyorquinos esa ciudad hecha a escala humana donde otro día, en 1933, King Kong se apertrechó en su pararrayos, furioso de amor.

La masacre del 11 de septiembre de 2001 tenía un antecedente desgraciado: el 28 de julio de 1945 el capitán de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, William Smith, estrelló su bombardero B-25, similar a los que atacaron Tokio en la Segunda Guerra, contra el Empire State, causándole la muerte a 14 personas, además de daños por más de 1 millón de dólares.

Smith, enseñado a volar por las planicies del país, había hecho más de una pirueta sobre el techo de la casa de su novia, hazaña que cumplían todos los pilotos en algún momento, pero no estaba suficientemente familiarizado con el paisaje de Nueva York, menos en aquel día nublado cuando lo único que podían ver eran los viandantes en el pararrayos del edificio, si un destello de sol lo permitía.

Símbolo del Estado Imperio (Empire State), el edificio celebró el pasado 1 de mayo sus 90 años. Fue inaugurado el 1 de mayo de 1931 por el presidente Hoover, quien se dio el lujo de encender sus luces desde Washington.

Para la época, comienzos de los 30, fueron muchos los que criticaron la construcción, pues prácticamente inauguró los peores tiempos de la nación: la Gran Depresión. Mientras algunos vendedores se afanaban por rentar o vender las lujosas oficinas de sus 102 pisos, abajo, una muchedumbre hacía fila para recibir sopa de la gran olla dispuesta en plena calle, en Times Square. Fue un tiempo en el que miles de hombres iban en trenes sin destino de un lado a otro de los Estados Unidos en busca de trabajo. Para un blanco, ser guardián de un henil en el sur, o carnicero en Chicago, era aceptar ‘trabajo de negros’. Pero el hambre de la depresión hizo que muchos hicieran a un lado el orgullo y se alistaran en los más disímiles oficios.

Después de inaugurado, el Empire State solo pudo ocupar el 25% de su poderosa estructura, lo cual hizo que lo llamaran burlonamente el ‘Empty State Building’ (el edificio vacío del Estado), pero al despuntar los 40 y con el retorno de la prosperidad, vio copados todos sus espacios. No obstante sus dimensiones, 443,2 metros de altura, fue construído en el tiempo record de 1 año y 45 días, con un promedio de trabajo de 4 pisos y medio por semana. La excavación del terreno donde fue levantada esta mole, correspondió al primer hotel Waldorf Astoria, propiedad de John Jacob, quien vendió la propiedad a su homónimo John Jakob Raskob, fundador de la General Motors.

Para los dibujantes, artistas, fotógrafos y caricaturistas de Nueva York, la silueta del Empire State, rematada por la aguja del pararrayos incrustada en el cielo de Manhattan, es ya una visión clásica, imprescindible a la hora de presentar una ‘imagen’ de la Capital del Mundo; una no puede existir sin la otra.

Ocupa hoy el puesto número 9 entre los más altos del mundo, con sus 6.500 ventanas, 73 ascensores y 6 montacargas capaces de remontar en menos de 55 segundos un elefante, desde el vestíbulo hasta el piso 80.
Los ascensores alcanzan una velocidad de 427 metros por minuto. Por la puerta que da a la Quinta Avenida recibe al visitante con un vestíbulo Art-Deco y la fotografía de King Kong con tres cazabombarderos en cada garra. En la película, los sacudía como maracas y los lanzaba luego con desdén a las frías aguas del East River, mientras intentaba acariciar a su amada con ojos de burro enguayabado.

En el observatorio del piso 86 se filmó una escena memorable con los integrantes del Buenavista Social Club. El desaparecido pianista Rubén González, le recordó a sus compañeros desde ahí, cómo era la Nueva York que él había conocido en la primera mitad del Siglo XX.
Sigue en Twitter @cabomarzo

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