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El perfume de la noche

Sentado en el balcón contemplo la noche y alzo la vista para...

28 de julio de 2016 Por: Medardo Arias Satizábal

Sentado en el balcón contemplo la noche y alzo la vista para comprobar que todavía existen las estrellas. Las miro titilar, tan lejos, y pienso que si de verdad existe esto que llamamos vida en otro lugar del espacio sideral, a nosotros de todos modos nos mimó la naturaleza con ese parpadeo azul y esta perfección de luna que tiende sábanas blancas sobre los techos.Creo que en nuestra existencia tenemos momentos perfectos. Los tengo grabados, y estos aparecen de pronto al azar; como en la noche de conmemoración de los 480 años de Cali, cuando me vi contemplando la noche y sus luces lejanas, con un aliciente: la voz nítida de Don Alfonso Ortiz Tirado, escapándose de un balcón vecino donde cuatro amigos jugaban cartas.La ciudad y nosotros mismos, acaso, estamos hechos, formados con algo que escapó de las canciones de Ortiz Tirado, eco que viene de lejos; de comienzos del siglo XX, de su apogeo en los 50, con un plus que quizá no arrope a las nuevas generaciones: el cantante mexicano –nació en Sonora siete años antes de que empezara el siglo XX- recogió en su voz de tenor los romances del siglo XVIII que llegaron intactos al XIX, el tiempo de su padre, también médico, el cambalache del XX, su adolescencia en Culiacán, Sinaloa.Una de las primeras canciones que aprendí de labios de mi madre, fue “La paloma”; cuando salí de La Habana, válgame Dios… “si a tu ventana llega una paloma/ trátala con cariño que es mi persona…”.El romance español llegó a estas tierras necesariamente sincretizado por las jarchas árabes, la poesía que se escribía en el Califato de Córdoba. Hay una intención romántica en la poesía árabe, que supera con creces las revelaciones de amor en otras culturas. Algo excesivo, es cierto, que resulta “kitsch” al ojo racional, esa poética que subyace en las letras de bolero.Si uno se abandona a esos romances, natural resulta luego aquello de “dientes de perlas, labios de rubí”.La noche sigue su curso y el viento frío de los Andes envuelve el instante con fragancia de azahar. Tirado canta ahora Japonesita: “Japonesa si me das tu corazón/ yo te juro que me voy para el Japón/ viviremos aspirando el perfume de las flores/ y tendremos un jardín de rosas/ y volando ya verás las mariposas/ y las aves cantarán dulces canciones de amor…” Perfecto. Cuando uno está enamorado pierde el apetito, y puede vivir sólo del perfume de las flores, alimento bendito. Observen esta maravilla del romance arábigo español que sueña con un amor en Fukuoka; continúa Ortiz Tirado: “Yo te juro flor de té/ que por tu amor, japonesita de mi vida, yo moriré…yo te juro bella hurí, que por tu amor y tu querer he de morir…”; y concluye, ya metido en honduras niponas: “Yo te brindo mi pasión, yo te doy mi corazón/ no desoigas a mi amor/ quiéreme a mí, geisha gentil, hija del sol…” Creo que aquí el poeta compositor se extralimitó en los clichés; geisha gentil es casi un pleonasmo, y poner al sol como progenitor en el Japón, un estereotipo imperdonable.Para la religión sintoísta japonesa encontrar en sus jardines una “hurí” debe ser motivo de preocupación. Las huríes son, en el Islam, mujeres perpetuamente bellas y vírgenes, tienen el don de la eterna juventud y son las que prometió Mahoma en su paraíso. Hay huríes amarillas, rojas, verdes, blancas, y sus cuerpos pueden ser de azafrán, almizcle, ámbar o incienso. Pero, no es para preocuparse; en ese orden de romance traspolado a oriente con toda su carga dieciochesca, Ortiz Tirado cantó también “Reina mora”, la que murió de amor, después de llorar toda la vida en el alféizar de una ventana. Puse a un lado las digresiones histórico-culturales, y acaté a noche plena la voz de Ortiz Tirado, el ortopedista de Frida Kahlo, en su homenaje a Cali muchos años después. Serenata en el viento, arrullo de palmas.Sigue en Twitter @cabomarzo

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