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El olvido de Dios

“Ahora necesitamos artesanos, no predicadores melenudos. ¡Escuchad!, gimen las locomotoras".

13 de mayo de 2020 Por: Medardo Arias Satizábal

“Ahora necesitamos artesanos, no predicadores melenudos. ¡Escuchad!, gimen las locomotoras, el viento entra por las rendijas: Dadnos el carbón del don, montadores y mecánicos al depósito! En cada afluencia de los ríos, con un boquete en un costado, los barcos atronaron e las dársenas, Dadnos el petróleo de Bakú. Mientras gastamos nuestra energía en inútiles discusiones, en busca de un sentido oculto, un inmenso clamor sacude las cosas: dadnos formas nuevas…!”.

Era la voz del poeta Vladimir Maïakovski, el mismo que gritó, “!las estrellas están iluminadas. ¿Quiere decir esto que alguien las necesita, que alguien anhela su existencia, que alguien está echando margaritas a los puercos?”.

Margaritas a los cerdos son los clamores de millones de habitantes del planeta que claman a través de medios convencionales por un retorno a ‘la normalidad’, quiero decir, convencidos que la tecnología médica, la química, traerá el milagro de una vacuna y con ello la desaparición del miedo a la muerte.

Todos los gobiernos del mundo tratan de conjurar la crisis con alimentos, ‘plata en los bolsillos de los ciudadanos’, billones de euros y dólares para la compra de respiradores, nuevos hospitales, indumentaria como escudo contra la pandemia, pero la mayoría, sino todos, han olvidado que este es el tiempo para nutrir el espíritu, para recargar las baterías del amor y la fraternidad. Tiempo para orar. “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”.

En este olvido de Dios, pocos saben que desde siempre las hoy llamadas pestes o pandemias fueron siempre un castigo divino, una manera de equilibrar la armonía del mundo cuando se desbordaron los instintos y se dio rienda suelta a la adoración de becerros de oro.

Una de las pocas figuras mundiales que está hablando hoy un lenguaje coherente es el Papa Francisco, pero pocos lo escuchan. Ni los mandatarios de las naciones más desarrolladas, ni la OMS, ni los capitanes de las otras iglesias del mundo parecen atender su mensaje.

El 21 de julio del 356 A.C. Eróstrato le prendió fuego al templo de Artemisa de Éfeso, considerado una de las maravillas del mundo. Nada podía justificar este crimen. Confesó que había cometido esta “hazaña” para ganar nombradía. Así, hoy en el mundo muchos padecen el Complejo de Eróstrato; todos los días aparecen en las redes con las más peregrinas teorías acerca del virus y su remedio, solo para ganar fama, hacerse notar. Pero, qué curioso, ninguno habla de Dios, del pecado, de la redención del planeta desde el arrepentimiento.

De todas las pestes que en el mundo han sido, quizá la más recordada es la que recibió Egipto cuando desatendió la advertencia de Moisés y su hermano Aarón. Fueron hasta el faraón para decirle que liberara al pueblo hebreo, so pena de recibir este castigo. La petición fue desatendida y así lo relata el Viejo Testamento y la Torá, los egipcios recibieron una lluvia de fuego y granizo, el agua se les convirtió en sangre, tuvieron una invasión de ranas, piojos, moscas. El pueblo padeció úlceras, bandadas de langostas destructoras -parecidas a los avispones que hoy descabezan abejas- tinieblas y muerte de los primogénitos. Fueron diez castigos, uno tras otro. Está escrito en el libro del Éxodo. Puedes creerlo o no.

La aparición de un ‘virus’ silencioso que va por el mundo, contagia y mata, el mismo que tiene en confinamiento a millones, seguramente se irá como llegó. Lo cierto es que dejará a los sobrevivientes hondas lecciones. El Siglo XXI recibió un baño de fuego en 2001 con la aparición de un terrorismo mesiánico que asesinó a miles en las torres de Nueva York. Hoy, 19 años después, una peste nos recuerda que el sentido de la misericordia y de la compasión, deben regir un nuevo orden mundial, y que no se vale mantener a millones en la marginalidad y la pobreza.

Sigue en Twitter @cabomarzo

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