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El museo del Rock

Todo lo que alguien pueda imaginar del mundo del Rock and Roll,...

5 de enero de 2012 Por: Medardo Arias Satizábal

Todo lo que alguien pueda imaginar del mundo del Rock and Roll, lo encuentra en el museo de este ritmo a orillas del lago Erie, en Cleveland, Ohio. Desde las guitarras destrozadas de Pete Towshend, el integrante del grupo inglés The Who, hasta discursos de Frank Zappa, y manifiestos poéticos del movimiento Beatnik, están ahí junto al carro sicodélico de Janis Joplin.En sus seis niveles, los computadores pueden ser programados en un figura determinada, y al momento aparece ahí su música, influencias, época. Los historiadores se han entregado a una tarea investigativa que los ha llevado hasta el sur profundo a hurgar en las raíces del Rock and Roll. Un vídeo titulado ‘El misterio del tren’, lo ilustra bien: después de la Segunda Guerra Mundial todos los provincianos que emigraban a las grandes ciudades de Estados Unidos, querían encontrar una expresión musical a ese vértigo que caracterizaba los tiempos. Fue en Memphis, entonces, donde la música del sur, el Gospel, los cantos rituales de las iglesias bautistas, el sonido trepidante del tren, el bullicio metálico de los obreros de construcción, dio paso al baile frenético de Chuck Berry, a la danza innovadora de Presley, y a un ‘golpe’ rítmico que fundía sonidos del campo con el estropicio de las nuevas urbes.Y la frase de Edgar Hoover , director del FBI en 1968: “El Rock and Roll es repulsivo... puede traer graves consecuencias para la juventud”, junto a películas donde se aprecia la quema de discos que provocó su frase, una pira azuzada por los sectores archiconservadores.Aquel Porsche con el capó levantado hacia el cielo, lleva mariposas, soles de fuego, luciérnagas de verano en sus puertas. Era el auto de Janis Joplin. Una joya, junto al Roll Royce de Lennon. La sicodelia tiene aquí sala aparte. Ahí se ilustra acerca de la manera como los músicos de comienzos de los 70 hacían sus propias películas en Super 8, al unir trozos coloreados, luego iluminados en las paredes de los ‘pubs’ de San Francisco. El visitante aprecia textos originales de Tom Wolfe sobre las cuevas de humo y ácido en la California de ese tiempo; el Electric Kool-Aid Acid Test, donde se nombra al barrio Haight-Ashbury, paraíso de los aciditas. También hay poemas de Ginsberg. Con la partitura de ‘Blueberry Hill’, se encuentra suficiente ilustración sobre el desarrollo de la onda Punk en Nueva York y Londres, y toda la parafernalia de la cultura Hip-Hop, el Heavy Metal, Tecno, hasta llegar al Grunge Rock, la versión más moderna de esta música, cuajada en Seattle en 1992.Los Lomax constituyeron una familia ‘sui generis’ en los Estados Unidos. Iban por todos los pueblos del sur grabando los cantos negros, las melodías enmarcadas en faenas de labranza, las leyendas. Ese Rock rural quedó nítido en sus grandes carreteles en los que acumularon kilómetros de cinta magnetofónica, documentos de singular importancia para los sociólogos y musicólogos de hoy. El hall del sólo hit es el de los músicos que alcanzaron éxito con una sola melodía... y desaparecieron. Ahí se encuentran el Joey Jeffrey Group, una banda de los 70, y los fugazmente célebres Bubble Puppies.Ahí la frase de David Freiberg: “Es mejor tener marihuana y ningún dinero, que tener dinero y no tener marihuana...”. Esta frase ondea como una bandera, junto al órgano Mellotron usado por los Rollings Stones en 1967, y el aviso de una aerolínea imaginaria: la ‘Fly Fareastern Airways’, que invitaba a escaparse a unas vacaciones calientes: ‘Maravillosa Vietnam’. El Museo del Rock and Roll es así, puerta abierta al goce pagano.

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