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El bombillo

Cada Semana Santa, el sacerdote agradecía esta luz que emanaba de la casa de Carmen Arias Salinas. Luego, entonces, el bombillo regresaba a su nicho de donde no era movido hasta el año siguiente

1 de julio de 2020 Por: Medardo Arias Satizábal

Llegó a casa en una caja azul con inscripciones en inglés. Abajo tenía el sello de la General Electric. Mi padre lo compró, como una rareza, en un barco de la Grace Line, compañía para la que trabajó en su juventud. Uno podía pensar que este era el primer bombillo salido de aquella factoría en Nueva York, con la firma de Thomas Alva Edison.

Tenía cien centímetros de diámetro y uno podía ver claramente en su interior, pues estaba hecho de un vidrio claro, no nevado, y era posible reparar en los filamentos que como estambres subían de su base.

En esa época se habló mucho en el mundo de un tal Caryl Chessman, al que llamaron ‘El bandido de la luz roja’, y en algún momento pensé que un bombillo así era el que había iluminado el último momento de uno de los más célebres personajes de la silla eléctrica.

El caso es que este bombillo no se prendía nunca en casa, y se convirtió en una especie de bebé mimado al interior del armario de mi madre, un lugar, hay que decirlo, donde no era posible penetrar nunca, y solo se podía mirar de soslayo la cuna de mantas y cobijas que cubría aquel misterioso bombillo.

Los días avanzaban entre soles y lluvias, y al fin en Semana Santa pude constatar cuál era el papel que cumplía esta bombilla descomunal en nuestra casa. La procesión debía pasar por la Calle Valencia, donde vivía mi tía Carmen. Mi abuelo construyó para ella una casa de esas que van quedando pocas en el Pacífico. Hizo traer chachajo y guayacán de la selva, y chaquiro, madera inmune al fuego, para las vigas. Le hizo dos pisos, dos grandes ventanas que miraban al balcón, techo a dos aguas y azotea. La pintó de azul celeste y puso rojo en los marcos de puertas y ventanas. Visitar a nuestra única tía en el puerto era un acontecimiento digno de ser contado, pues ella, además de cantar con buena entonación los boleros de Toña La Negra y de Carmen Delia Dipini, hacía un arroz con manteca que no he vuelto a probar en la vida.

Junto a su casa, cada noche, encendía su neón la Ferretería El Martillo, de la familia Arroyo. Aquel aviso en forma de martillo está en mi memoria y me evoca hoy las referencias de Neruda a esos pueblos profundos de la sierra de Chile, donde las carnicerías son identificadas con avisos en forma de vaca, o las talabarterías cuelgan en la calle un caballito brioso hecho en madera.

En la azotea y en el balcón de mi tía era posible encontrar muy a menudo nativos waunanas de las bocas del río San Juan. Eran hijos o nietos de los taitas que habían comerciado con mi abuelo; él, Gonzalo Arias Cabezas, de Barbacoas, tuvo dos barcos costaneros, el ‘Sacaclavo’ y ‘El Tormento’, con tripulación waunana. Las embarcaciones iban hasta las poblaciones de Palestina, Taparal, Papayo, llevando arroz, sal, ropa. Mi abuelo regresaba de ahí con madera, pescado ahumado, caimitos, tatabras, venados vivos, y fondeaba en el muelle del Paso de la Pascuala que daba acceso a la Calle Primera de Buenaventura.

Los waunanas cocinaban sobre leña y estopas encendidas en la azotea de la calle Valencia, como si estuvieran en sus aldeas recónditas. Llegaban descalzos, con solo una camisa y el pelo cortado a mate.

En esta casa frente al balcón se develaba otro misterio. Ahí al paso de la procesión, mi tía encendía aquella bombilla grandiosa y toda la calle se iluminaba. El grupo de scouts de El Firme, parecía agradecer esa luz lechosa que caía desde arriba y ponía tintes dramáticos en las lágrimas de La Dolorosa. El toque a muerto de los tambores, el movimiento tuntuniento de Jesús con la cruz al hombro y el perfume de incienso que subía de la calle frente al café Bristol y la carpintería de Mena, son asuntos que estarán siempre en la memoria.

Cada Semana Santa, el sacerdote agradecía esta luz que emanaba de la casa de Carmen Arias Salinas. Luego, entonces, el bombillo regresaba a su nicho de donde no era movido hasta el año siguiente.

Sigue en Twitter @cabomarzo

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