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Diseccionar un huevo duro

Estados Unidos, China, Alemania y Japón son las naciones que anualmente reciben...

27 de diciembre de 2012 Por: Medardo Arias Satizábal

Estados Unidos, China, Alemania y Japón son las naciones que anualmente reciben mayor número de ofertas para patentar nuevos inventos, la mayoría adminículos innecesarios creados por algún genio de garaje en trance de Alba Edinson.Desde que se supo que la Coca-Cola fue ‘craneada’ en un garaje, así como la tapa de seguridad para medicamentos, el radio de ducha y el robot-aspiradora, son miles los jubilados, estudiantes de ciencias e innovadores que desean dejar su nombre en la galería de los famosos.Hace cuatro años, un colombiano residente en Florida inventó una tabla para ‘nadar’ sin saber nadar, propulsada por un motor que permite a cualquiera ‘avanzar’ en el agua. El invento se llama ‘Aqua Tow’. El colombiano inventor lo alquila para los grandes hoteles del Caribe.De otro lado, los inventos que ofertan anualmente los catálogos de las tiendas en Norteamérica, hacen pensar que los inventores, en ausencia de algo útil para crear, han caído en una auténtica ‘locha’ donde convierten lo obvio e innecesario en artículo de consumo.Recientemente descubrí algo que me dejó perplejo: un pequeño radar, juguete de pescadores, para identificar en el mar, lago o río, el lugar donde están los peces; me preguntaba si el placer del pescador no es el de esperar a tientas la sorpresa del agua, el no saber qué delicia depara un anzuelo tirado al azar en la corriente del río; en este mundo de guitarras con canciones pregrabadas no debería sorprenderme algo como el radar de marras, pero tengo la convicción que el teclado de piano enrollable, cual cinta de caucho, los teléfonos que tocan canciones cursis, el desesperante chachachá de las llamadas en espera, los pregrabados telefónicos de las empresas, con opciones que han desplazado al “sí, mi amor” de las secretarias querendonas, el sushi congelado, la sopa de lentejas ídem, la pizzas de cartón, el puré artificial, el salmón criado en piscinas, el marrano dietético, el agua embotellada, los zapatos para bailar con los pasos marcados, la guillotina de mano para partir huevos duros, las almohadas de cuello para recostar la cabeza en los aviones, !los cubiertos plásticos de los aviones! -ah tiempos aquellos cuando en los vuelos servían comida de verdad y una botella de buen vino- y la banalización de la vida cotidiana, no están llevando, en alas de un forzado ‘posmodernismo’ a una de las etapas de estupidización más notorias de la condición humana.El mundo es cierto, hace mucho tiempo que perdió sandunga, sabor, chispa verdadera, y es por ello que, en un acto de desobediencia civil, me niego a consumir fríjoles de lata; el fríjol hay que dejarlo en agua para que ablande. Me niego igualmente a abrir paraguas automáticos; el paraguas hay que abrirlo con una ligera elongación de mano, a la altura del arco superciliar, para que la atmósfera -y la lluvia- archiven momentáneamente ese gesto antiguo. Si abolimos las costumbres, no tendremos historia.Tengo un amigo paisa en Estados Unidos que desde hace seis veranos dice que no es rico porque no quiere; trabaja incesantemente en su garaje, en lo que considera será la sensación de este país cuando lo muestre: un colchón sonoro; o sea, un colchón con I Pad; “les juro que esto será un machete”, dice, y lo animo a terminar su obra la que ya nadie podrá duplicar, pues está debidamente registrada en la oficina de patentes.La decadencia es también inspiradora de mentes ociosas; de golpe al paisa le suena la flauta en la tierra de los inventos inútiles.

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