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Con buena letra

Quizá el rasgo esencial del romanticismo europeo haya sido el descubrimiento de que valía la pena desnudar la intimidad y exhibir sus formas en una actitud de espontánea libertad artística…”, escribía el notable ensayista argentino Enrique Anderson Imbert con respecto a María de Jorge Isaacs

15 de noviembre de 2017 Por: Medardo Arias Satizábal

“Quizá el rasgo esencial del romanticismo europeo haya sido el descubrimiento de que valía la pena desnudar la intimidad y exhibir sus formas en una actitud de espontánea libertad artística…”, escribía el notable ensayista argentino Enrique Anderson Imbert con respecto a María de Jorge Isaacs. Esta opinión, como las de Alfonso Reyes, Baldomero Sanín Cano, Alberto Zum Felde y Arturo Torres Rioseco, ilustran la biografía de Isaacs que escribiera Germán Arciniegas, hoy preciosamente reeditada por la Universidad del Valle.

Arciniegas dice en la página 15 de esta edición: “Muere don Jorge Enrique (padre de Isaacs), y la familia no encuentra mejor solución, sino la peor: que el abanderado, que el poeta, que el mozo que no pudo ir a Londres a estudiar medicina, ¡asumiera la administración de las haciendas! Había que limpiar los potreros, comprar ganado de engorde, sembrar caña, pagar deudas. Él atendía a todo eso, sin excluir la idea -hasta ese punto llegaba su romanticismo- de ser un buen hombre de negocios, que no lo era. Además, seguía escribiendo versos. Vendía ganado para pagar a los peones, para satisfacer a los acreedores, para entregarse en la noche a sus poemas. De los dos años y dos meses en que administra la heredad, son sus cantos al Río Moro, al Valle del Cauca. Y es su primera quiebra…”.

Al parecer, según este retrato que dibuja Arciniegas, la poesía y los negocios son incompatibles. Situación muy parecida vivió José Asunción Silva en Bogotá. Fue enviado a París y de ahí regresó sin mucha idea de administrar comercios. Sus contemporáneos lo aborrecieron, sólo por su residencia en Francia y el buen francés que hablaba en una Bogotá provinciana y cositera. Lo llamaron ‘José Presunción Silva’.
La Universidad del Valle también acaba de entregar, para la historia de este año dedicado a Isaacs, la edición crítica que escribiera el poeta y diplomático caleño Mario Carvajal Borrero.

Llegan pues abundantes lecturas para el fin de año. Acabo de recibir el libro ‘El Gran Hermano’, tributo a la memoria de monseñor Gerardo Valencia Cano, escrito por José Manuel Cantero Recio. El libro trae como prólogo el texto ‘Sotanas en el balcón (o el mejor amigo de mi padre)’, de Adriana Llano Restrepo. La admiración del Mono Cantero por el Hermano Moncho, como llamaban los porteños al Obispo Valencia Cano, se incrementó durante el tiempo en que vivió en Buenaventura.

Recibo también el libro de memorias ‘Ese día’, de Óscar Hernán Correa Victoria, quien ya nos sorprendió literariamente con sus libros ‘La concha dorada’ (2015), y ‘Granada, años mozos’, 2016. Alguna vez se afirmó que el poeta, el narrador, es el verdadero historiador del mundo, pues es quien registra de manera más sensible una época. Correa va al fondo de los recuerdos, al génesis de los barrios, reconstruye casas perdidas en la memoria, y también el tejido de urdimbre emocional de una familia como la suya. En este libro, cosa curiosa, aparece una foto de la famosa ‘Barra del Triángulo’, con Óscar Golden al frente. Las galladas legendarias de Cali, las que se enfrentaban a cadenazos en los parques del sur; Cantarrana, El Triángulo y Tinto Frío, esta última del barrio San Antonio.

Algunos de los miembros de esas galladas -esto no lo cuenta Óscar- se ‘regalaron’ al gobierno de Estados Unidos y fueron a pelear en los arrozales de Saigón. Aventura que bien vale una novela.

Finalmente, el miércoles 29 será el lanzamiento del libro de quien ha hecho todo bien en la vida: Claudia Blum, la primera mujer presidenta del Senado colombiano. Conocí a Claudia cuando hacíamos el suplemento literario del diario El Pueblo, el periódico de su primo Luis Fernando, y luego compartimos muchísimo la actividad cultural desde Proartes y los festivales. Su fulgurante irrupción en la política, permitió que fuera también Embajadora de Colombia ante las Naciones Unidas en Nueva York. Nos presenta su libro ‘Mi vida en lápiz’, con un sugestivo subtítulo: “No uso lápiz para escribir, sino para borrar”.

Sigue en Twitter @cabomarzo

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