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Cali no es sólo Salsa

En 1981 tenía yo 25 años, acababa de desembarcar del puerto, acumulaba...

26 de abril de 2012 Por: Medardo Arias Satizábal

En 1981 tenía yo 25 años, acababa de desembarcar del puerto, acumulaba seis años de experiencia periodística y había desertado ya de la facultad de Idiomas y Literatura de la Santiago.Al reconocer en Cali un sentimiento musical reafirmado por la visita de Ricardo Ray y su orquesta a fines de los 60, un hecho llevado magistralmente a la literatura por Andrés Caicedo Estela, me di a contar, febrilmente, en la revista del diario Occidente, la historia de una música que conocía bien, que me pertenecía. No tenía más interés que el de dar carta de ciudadanía a un ritmo que entonces era sinónimo de arrabal, de bajo mundo.El que esta música fuera inicialmente expósita y señalada desde arriba, con su historia de desarraigo y aliento callejero, tan parecida al tango, hizo que le diera un nombre revelador a mis crónicas. Las publiqué bajo el rótulo de ‘Esta es la verdadera historia de la Salsa’, pues sabía que existía la apócrifa, la que condenaba sin conocer sus nobles orígenes en África, Cuba, Nueva York y Puerto Rico.Cuando iba por el capítulo once, un editor, cuyo nombre no mencionaré, me dijo en mitad de la redacción: “Pare ya esa vaina, que está muy cansona…”.Quizá hubiera podido escribir 20 ó 30 capítulos, pero la arrogancia del editor me obligó a ‘parar’ en el capítulo doce. Los había firmado con seudónimo, con el nombre de un personaje de Oscar Wilde: Sibila Vane; así que ya al final, escribí “Sibila, te sonaron las doce”, y me destapé.La insistencia de una querida amiga antioqueña, Gloria Hoyos, hizo que este trabajo periodístico viajara a Bogotá, al Premio Simón Bolívar de Periodismo. Fue elegido en 1982 como Mejor Trabajo de Investigación, y el palmarés me lo entregó Mario Vargas Llosa en el Teatro Colón. A mis 26 años, me convertí en “el primer teórico de la Salsa en el mundo, junto al venezolano César Miguel Rondón”, quien inició su historia en Caracas de manera casi paralela a la mía.En 2003, en ceremonia llevada a cabo en el Lincoln Center de Nueva York, vi de pronto cómo estampaban en el proscenio la portada del libro que escribiera mi difunta esposa, Lise Waxer, ‘The city of the musical memory’ (‘La ciudad de la memoria musical’, dedicado a Cali). En la portada aparecen Evelio Carabalí y Esmeralda, delante de una vieja foto de Lenis Burckhard, la Plaza de Cayzedo con sus Packards alineados debajo de las palmeras.Ese día, como el del encuentro con Vargas Llosa en el Colón, supe hasta dónde había ido ese deseo de darle identidad a una ciudad. Recibí, en nombre de Lise y de manera póstuma, el Premio Ascap, de la Sociedad de Autores y Compositores de los Estados Unidos, considerado el Grammy de los escritores en esa nación.Rememoro todo lo anterior para decir que tengo la suficiente autoridad para denostar la encerrona que quieren hacer hoy en nombre de la ‘Salsa’, al alcalde Guerrero.La cultura de un pueblo no pide ser ‘financiada’ por los gobiernos, porque es en sí misma una expresión orgánica, natural, que no sobrevive precisamente de las partidas o auxilios de la clase política.Se trata pues de un debate mal concebido y desenfocado. Es clara la Secretaría de Cultura, cuando dice que las escuelas de Salsa, de bailarines, en los barrios, requieren una reingeniería. Muy cierto; no se trata del que mueva más rápido los pies, sino de educar, de saber hacia dónde van esos pies, pues de lo contrario caemos en la repetición y el hartazgo.Una cultura no puede eliminar a la otra; en Cali caben el rock, la salsa, el vallenato y el currulao. Tratar de dividir la ciudad, de enfrentarla con sentimientos xenófobos, es grave equivocación.

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