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Ateo, gracias a Dios

Pocos escritores de hoy pueden hacer lo que hacía Saramago: confundir el...

24 de junio de 2010 Por: Medardo Arias Satizábal

Pocos escritores de hoy pueden hacer lo que hacía Saramago: confundir el mundo antiguo con el moderno a través de un discurso hilado en el telar de la criba filosófica y literaria. El Nobel portugués era una de las voces más autorizadas cuando se trataba del discurso literario. Saramago, no obstante, decidió poner su pluma sobre el fuego de los conceptos políticos y religiosos, tarea en la cual no siempre salió bien librado.Política y literatura no han sido, tradicionalmente, un matrimonio bien avenido, aunque esta idea prosperó en tiempos pretéritos cuando los gramáticos gobernaron buena parte de América Latina. Por el poder de la palabra impresa, la difusión de un nombre, muchos llegaron a creer que un poeta, un novelista magistral, podía ser también un buen gobernante. El escritor venezolano Rómulo Gallegos, autor de ‘Doña Bárbara’ y ‘La Trepadora’, entre otras novelas fundacionales del naturalismo y el costumbrismo suramericano, llegó a gobernar Venezuela, y a juzgar por el honor que hoy se le rinde, parece que lo hizo bien. Ho Chi Ming era poeta y también lo fueron Leopold Senghor y Mao Tsé Tung; entre los literatos que accedieron a la política y por ésta a cargos de gobierno, podríamos mencionar a Pablo Neruda -fue cónsul en Rangoon, Birmania- Sergio Ramírez y Ernesto Cardenal, dirigentes de la Nicaragua Sandinista, y el escritor francés, Andrè Malraux, fundamental en las decisiones de Charles De Gaulle para la independencia de las colonias francesas en África, experiencia de la cual quedó su diciente libro ‘Huéspedes de paso’. El también autor de ‘La tête d'Obsidienne’ era más escuchado por De Gaulle que los propios políticos de carrera. Mario Vargas Llosa se salvó de ser presidente del Perú y García Márquez de ser embajador de Colombia en México. Al primero, Fujimori lo derrotó, y el segundo no aceptó, cuando ya su fama volaba por el mundo como una mariposa amarilla. Son famosas las ‘boutades’ del poeta Jorge Luis Borges acerca de la política mundial. Borges aceptó cenar con Pinochet. Todo se le perdonaba, por ser esencialmente un poeta, no un político.El teólogo Claudio Toscani acaba de zamarrear a Saramago, cuando todavía su cadáver estaba caliente, con una nota que levanta ampolla por el mundo, desde las páginas L'Osservatore Romano. Todo porque el escritor portugués hizo muchas preguntas acerca de Dios y culminó clasificado en la casilla de los ‘ateos’, cuando en verdad, si leemos bien su obra, nos damos cuenta que era un creyente, profundamente religioso, a su manera.Quizá pocos entienden lo que quiso decir en ‘El evangelio según Jesucristo’; para comprenderlo, tanto como su ‘Ensayo sobre la Ceguera’, hay que viajar al alma lusitana, entender un poco Lisboa, esa ciudad vieja, de antiguo esplendor imperial, donde hombres y mujeres lloran junto al Tajo cuando escuchan esos poemas cantados que llaman ‘Fados’, en la voz de Amalia Rodríguez.“José Saramago podría recordar ahora su metáfora de Apeles, el zapatero, cuando escuchó perorar a su asistente acerca de la anatomía de la rodilla: zapatero a tus zapatos, dijo Apeles. Saramago hace bien en continuar escribiendo extraordinarias novelas”, escribí hace unos años, cuando el Nobel se ocupó del conflicto colombiano y acusó a Uribe de “desprecio a los secuestrados”.“Con la iglesia topamos”, dijo El Quijote, una expresión que se aplica hoy al notable difunto, cuando vemos cómo Roma ‘locuta’ para echar un vaho de ceniza sobre su gloria. Saramago nunca brilló en San Pedro. Ahí fue sólo ‘un infiel’.

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