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Arizona, la flecha rota

Uno de los momentos más delicados de su historia política vive los...

20 de enero de 2011 Por: Medardo Arias Satizábal

Uno de los momentos más delicados de su historia política vive los Estados Unidos, con la reciente matanza en Arizona, por parte del desequilibrado Jared Loughter, quien asesinó a seis personas, entre ellas a una menor de edad -nueve años- y mantiene en vilo la vida de la congresista Gabrielle Giffords, representante del Partido Demócrata.Para muchos resulta fácil culpar de este hecho a los animadores del Tea Party y su principal conductora, Sarah Palin, mas este razonamiento resulta también provocador e irresponsable, de cara a las elecciones presidenciales del próximo año; la peregrina idea de que la política de Alaska habría promocionado o inspirado estos hechos de sangre, sólo viene a atizar mucho más la hoguera de odio e intolerancia en los Estados Unidos.Giffords es reconocida en las filas del Partido Demócrata por su espíritu conciliador, tolerante, en el que no falta una buena dosis de compasión. Su mitin apuntaba precisamente a echar luz sobre una situación que asombra no sólo a los Estados Unidos, sino al mundo, en pleno Siglo XXI: la ley de ‘apartheid’ aprobada el pasado año en ese Estado. Lo que está ocurriendo en Arizona debe preocupar al mundo, mas requiere igualmente cabeza fría; para entender que Loughter, a juzgar por su prontuario y las desquiciadas poses en las que aparece en las fotos divulgadas en los medios, pertenece a esa estirpe de magnicidas que han cambiado, por vía de la violencia, el destino de los Estados Unidos.Pensamos ahora en quien cegó la vida de Abraham Lincoln el 14 de abril de 1865, en el teatro Ford de Washington, mientras asistía a la representación de la obra ‘Our American Cousin’ (Nuestro primo americano); el Mandatario cayó junto a su esposa -al otro lado del río Connecticut, en East Hartford River Front, queda una estatua de Lincoln con el brazo extendido, donde las gentes le dejan monedas en la palma de la mano-; en el hombre que disparó contra John Fitzgerald Kennedy desde un edificio en Dallas, Texas, el viernes 22 de noviembre de 1963; en James Earl Ray, el que calculó con astucia de cazador la muerte del reverendo Martin Luther King Jr., el 4 de abril de 1968 en Memphis, Tennessee; en el que mató a Malcom X, el 21 de febrero de 1965 en Nueva York; en Sirhan Bishara Sirhan, quien asesinó fríamente a ‘Bob’ Kennedy el 5 de junio de 1968 en el Hotel Ambassador de Los Ángeles, en el momento en que éste se perfilaba como el seguro presidente de los Estados Unidos; en Sarah Jane Moore, la frustrada criminal que quiso asesinar al presidente Gerald Ford el 22 de noviembre de 1975 en San Francisco, y en el ‘desquiciado’ que disparó a boca de jarro contra el presidente Ronald Reagan, el 30 de marzo de 1981 a la salida del Hotel Hilton de Washington.Los anteriores son sólo algunos de los hechos más prominentes que han teñido de sangre la historia política de los Estados Unidos; Loughter, a juzgar por su proceder, un ‘cabeza rapada’ de extrema derecha, pudo activar el gatillo contra otro líder de Estados Unidos. Las razones que se conocen siempre, cuando estos casos ocurren, son “demencia, desequilibrio mental, ausencia de control al momento de cometer el acto”, situación que en los estrados judiciales exime al francotirador de una responsabilidad real, por hallarse presa de “conturbación mental”, y sume -otra vez- a los Estados Unidos en un vacío, en conjeturas, en probabilidades, muchas veces temerarias, las cuales sólo son verificables al amparo de la investigación judicial.De ‘locos’ que disparan contra presidentes, está llena la historia de Estados Unidos.

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