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‘Adiós, poeta’

En el foro abierto después de un recital en Hartford, pregunté a Ernesto Cardenal por qué siendo un símbolo de la curia rebelde, se había arrodillado ante el papa Juan Pablo II.

4 de marzo de 2020 Por: Medardo Arias Satizábal

En el foro abierto después de un recital en Hartford, pregunté a Ernesto Cardenal por qué siendo un símbolo de la curia rebelde, se había arrodillado ante el papa Juan Pablo II. Visiblemente disgustado, me respondió: “Yo no me le arrodillé al Papa; solo le hice un saludo respetuoso… además, quién le dijo a usted que el Papa es el representante de Dios en la tierra; él es solo el sucesor de Pedro…”. Su réplica despertó aplausos entre la mamertería gringa que, no se crean, no es poca. Bernie no está solo.

En ese momento volví a tener, nítida en la memoria, la foto que dio la vuelta al mundo, en la que el Papa parece amonestarlo, mientras Cardenal, rodilla en tierra, lo mira hacia arriba, en una actitud de clemencia. Luce su boina tradicional y mocasines españoles, mientras el chafarote de Ortega, con el uniforme oficial de los déspotas latinoamericanos, lo mira curioso, a un lado del pontífice.

Mi pregunta solo buscaba coherencia. Cardenal fue a Connecticut a presentar sus poemas cósmicos, y claro, ahí todos lo vieron como una especie de Che Guevara apostólico y romano, santo inspirador de la Teología de la Liberación, hermano de Leonardo Boff y del obispo de Recife, Hélder Cámara.

Nunca negó su simpatía por la revolución nicaragüense, pero ya en sus últimos días criticó sin piedad a Ortega y su carnal, la bruja Rosario Murillo, lo que lo mantuvo a prudente distancia del rebaño cubano. Los dictadores no son tontos y saben soportar, a despecho, la presencia de intelectuales que de ser tocados provocarían tormentas en el mundo. Así lo hizo Castro con Lezama Lima, Virgilio Piñera, Fina García Marruz, Cintio Vitier. Se hizo el loco. Sabía que encarcelar a Lezama bajo cualquier razón peregrina -vagancia, o errancia, por ejemplo- se le vendría el mundo encima, como ocurrió con la persecución a Guillermo Cabrera Infante.

Sacerdote rebelde hasta su muerte fue Camilo Torres. Otros clérigos, españoles, como Domingo Laín y el Cura Pérez, promovieron rebelión armada en Colombia.

En el Tercer Congreso Internacional de la Lengua Española, realizado en Rosario, Argentina, en 2004, Ernesto Cardenal contó la parábola de Los Cuatro Ancianos de una pequeña comunidad indígena de Nicaragua, últimos parlantes de una lengua hoy extinta. Contó que el gobierno revolucionario quiso salvar esa lengua prehispánica, pero los ancianos murieron y no quedó registro de aquella fabla. A Cardenal, como a todos los comunistas, le fascinaba el imperio. Caminé con él por la avenida Farmington que está junto a la casa de Mark Twain, el autor de ‘Un Yankee de Connecticut en la Corte del Rey Arturo’, y posó para mi cámara frente a un pequeño jardín inglés. No pude evitar recordar que en ese mismo recodo y sobre una pequeña colina, Twain salía en las tardes a tomar el té con Harriet Beecher Stowe, la autora de ‘Uncle Tom’s Cabin’.

También, evoqué el epígrafe de la novela ‘Las muñecas de la Calle B’, de Roberto Fanchó, que rescata unos versos de Cardenal: “Si tú estás en Nueva York, en Nueva York no hay nadie más/ Y si no estás en Nueva York, en Nueva York no hay nadie…”.

Hoy es posible escribir en quechua en los ordenadores del mundo, gracias a la generosidad y visión de Bill Gates, pero en noviembre de 2004, en el Tercer Congreso de la Lengua, la Adilq, Asociación de Investigaciones de la Lengua Quechua, con sede en Tucumán, presentó voz de protesta por el olvido en el que se encontraba una de las lenguas más habladas en todo el sur y Mesoamérica.

Aquel fue uno de los últimos encuentros en los que participó Cardenal, confinado ya por el régimen de Ortega a sus sueños de Solentiname. Bajo la divisa de “Identidad, lingüística y globalización”, aquella reunión de escritores guardó su memoria.

Sigue en Twitter @cabomarzo

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