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Otra frustración política

Otra vez muere la ilusión de cambiar el sistema electoral colombiano, que es una de las raíces donde se alimenta la corrupción que carcome el país.

16 de diciembre de 2018 Por: Mauricio Cabrera Galvis

Otra vez muere la ilusión de cambiar el sistema electoral colombiano, que es una de las raíces donde se alimenta la corrupción que carcome el país. Creíamos que esta vez sí iba a ser posible. Porque 12 millones de ciudadanos votamos contra la corrupción; porque el mismo Presidente la apoyó; porque al Congreso llegaron caras nuevas y jóvenes con ganas de cambiarlo; porque seguíamos esperando contra toda esperanza.

Pero no contábamos con la astucia de esos gatopardos especialistas en cambiar todo para que nada cambie, y que paso a paso en los trámites parlamentarios fueron recortando el alcance de la reforma, introduciendo micos que empeoran el sistema político y eliminando los verdaderos cambios que podían empezar a sanear la corrupta democracia representativa que tenemos.

¿Cuáles eran esos cambios que se hundieron en la Cámara de Representantes? Listas cerradas en lugar del voto preferente; la reforma de la Circunscripción Nacional para el Senado; la prohibición de la financiación privada a las campañas electorales; la sustitución del inútil Consejo Nacional Electoral y la exigencia de Paridad de Género en las listas de candidatos.

El mecanismo electoral que más propicia la corrupción es el voto preferente porque convirtió las elecciones a Congreso, Asambleas y Concejos en una costosa competencia de caciques electorales que tienen que amarrar los votos con promesas de puestos públicos o ingentes cantidades de dinero que luego buscan recuperar con recursos públicos mediante la asignación de contratos a sus financiadores. El carácter nacional de las elecciones al Senado empeoró la situación pues hizo más costosas las campañas para esta corporación, incrementando la cantidad de recursos públicos que debían ser escamoteados para repagarlas.

El reemplazo del voto preferente por listas cerradas rompería el vínculo entre la compra del voto y el beneficio personal del comprador; es difícil que algún contratista arriesgue su dinero para financiar no a un candidato al que después le puede exigir contratos, sino a una lista de un partido sin garantía de que su patrocinado salga elegido. Por supuesto, es indispensable que se fortalezcan los partidos y se impongan reglas de transparencia y democracia interna para que el voto preferente no se traslade a la conformación de las listas cerradas.

Lamentable que se haya rechazado la exigencia de que fueran mujeres el 50% de los inscritos en toda lista para unas elecciones. No solo es una cuestión de equidad, sino que en las circunstancias actuales hubiera implicado una significativa renovación de los liderazgos políticos con una buena probabilidad, aunque no certeza, de tener candidatas no atadas a las trapisondas y corruptelas de la política tradicional.

Lo único de la consulta anticorrupción que sobrevivió fue el límite de tres períodos para la permanencia en un órgano legislativo. Pero con voto preferente esta limitación no pasa de ser un saludo a la bandera, pues si algo funciona bien en la política colombiana, hasta con políticos en la cárcel, son las herencias electorales donde los votos de un cacique son traspasados a esposas, hijos o familiares que mantienen el control del feudo.

Como todo lo malos es susceptible de empeorar, al proyecto le colgaron nuevas formas de mermelada como la posibilidad de que los parlamentarios puedan ser ministros, o que controles en 20% del presupuesto de inversión.

Lo mejor que puede pasar es que le den entierro de tercera a ese proyecto de reforma.

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