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Los salarios de los congresistas

La noticia de que el salario de los congresistas subió a $30 millones mensuales ha vuelto a suscitar las críticas que consideran excesiva esa remuneración y las propuestas para reducirla.

9 de julio de 2017 Por: Mauricio Cabrera Galvis

La noticia de que el salario de los congresistas subió a $30 millones mensuales ha vuelto a suscitar las críticas que consideran excesiva esa remuneración y las propuestas para reducirla. Y no sólo el salario sino los demás beneficios que reciben como carros, escoltas, teléfonos, pasajes aéreos y 50 salarios mínimos para pagar hasta 10 colaboradores personales en las Unidades de Trabajo Legislativo (UTL). En total, cada congresista nos sale costando a los contribuyentes unos $80 millones mensuales.

A riesgo del linchamiento mediático debo decir que, si bien los beneficios extrasalariales hay que limitarlos, no me parece que sea excesivo ese salario para un congresista que trabaje por el interés público y el bien común cumpliendo a cabalidad la enorme responsabilidad de legislar para el buen funcionamiento de la sociedad. Si es una remuneración exagerada e injusta para los que no lo hacen y trabajan para sus intereses privados y particulares.

El problema no es el monto del salario. Creo que es populista pedir que sean bajos los salarios de los funcionarios públicos, porque ellos merecen una adecuada remuneración por la carga de trabajo que tienen junto con las responsabilidades y riesgos que asumen. Además bajos salarios son un incentivo a la corrupción pues inducen a la búsqueda de ingresos adicionales, inclusive de origen legal.

Sin embargo en el caso de muchos congresistas, no de todos, la indignación pública es justificada: mientras el empleado normal trabaja mínimo 250 días al año, el congresista sólo tiene unos 100 días de sesiones, y sólo unos pocos van a todas. El resto del tiempo lo dedican a la politiquería de cultivar sus fortines electorales para garantizar su reelección, y muchos funcionarios de las UTL no están dedicados a preparar leyes o debates sino también a conseguir votos.

La solución no es bajarles el sueldo sino aumentar la carga de trabajo y exigirles que lo hagan bien. Hay varias propuestas que apuntan en esa dirección.

Una, aumentar por lo menos a 200 el número de sesiones anuales del Congreso, es decir 5 semanales durante 10 meses, de manera que las leyes se preparen y estudien con cuidado en lugar de las carreras y pupitrazos de última hora; además, para combatir el ausentismo parlamentario se debe imponer una penalización del 5% del salario por cada sesión a la que no se asista. Además, con esta carga de trabajo se puede reducir el número de congresistas.

Dos, el aumento anual de los salarios debe ser únicamente el equivalente al aumento de la inflación (IPC), y no igual al promedio del incremento de todos los empleados públicos. Así se evita que aumento justificados, por ejemplo de maestros o policías, arrastren hacia arriba el sueldo de los congresistas.

Tres, como un ingreso de 40 SMLV es más que suficiente para vivir muy bien, se deben imponer sanciones económicas ejemplares -por ejemplo pérdida de los beneficios pensionales- para el congresista que incurra en prácticas corruptas para buscar otros ingresos.

Cuatro, convertir las UTL, que hoy son para el beneficio particular y político de los parlamentarios, en oficinas de apoyo, estudio e investigación de los partidos políticos. Cada congresista podría mantener uno o dos asistentes personales pero el costo sería mucho menor pues no se necesitan 2.600 funcionarios que es lo que hoy tienen las UTL. El principal beneficio no es el económico, sino el fortalecimiento de las bancadas parlamentarias y la consolidación ideológica y programática de los partidos.

Si el Congreso no es capaz de reformarse los ciudadanos debemos encontrar la forma de hacerlo.

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