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Pánico en el oeste

¡Pues no! Hasta allí llegaron los malhechores sin importarles un carajo el sitio escogido para sus criminales propósitos, que los habrían coronado de no ser por la repelida que recibieron.

30 de julio de 2018 Por: Mario Fernando Prado

La balacera despertó a los barrios Normandía, El Peñón y Santa Rosa. Eran como las once y media de la noche del pasado viernes cuando a la entrada de un restaurante, que saca la cara por Cali y al que sus propietarios le han invertido mucho dinero para poder ofrecer un lugar espléndido con vista al río, exquisita carta y a la altura de los mejores de Colombia, se enfrentaron a bala unos delincuentes -sicarios dicen- con los escoltas de una persona que se hallaba en el interior.

Las versiones de los hechos son confusas: se dice que los agresores llegaron en tres motos en contravía y que sin mediar palabra desenfundaron sus armas y se formó el tiroteo.

Se afirma también que uno de ellos fue impactado por una bala de grueso calibre proveniente de quienes se defendieron. Hay versiones de que hubo un muerto y que detuvieron a tres personas, que luego las dejaron en libertad.

Lo cierto es que el pánico cundió entre los sorprendidos clientes del restaurante y los vecinos del sector que no podían salir de su estado de shock frente a este drama que paralizó el sector y dejó insomnes a cientos de personas.

Lo insólito de este episodio es que se desarrolló a escasos metros de una otrora estación de la Policía Ambiental en la que siempre existieron unos uniformados de manera permanente.

Lo paradójico es que se produjo al lado de una escultura que regaló la Constructora Meléndez el pasado miércoles con ocasión del aniversario de nuestra ciudad con la palabra Cali.

Esta escultura, al igual que las gatas del río y el gato de Tejadita ahí pegados, conforman el mayor atractivo turístico de la Capital de la Alegría.

Y no olvidemos que el insuceso acaeció en la cuadra posterior de la Casa Obeso en donde el museo La Tertulia y la Alcaldía desarrollan permanentemente actividades lúdicas y en donde se supone existe vigilancia de día y de noche, considerándose por estas razones un lugar tranquilo y seguro.

¡Pues no! Hasta allí llegaron los malhechores sin importarles un carajo el sitio escogido para sus criminales propósitos, que los habrían coronado de no ser por la repelida que recibieron.

Se podría hablar de que fue un hecho aislado de los muchísimos que se cometen permanentemente en otros lugares de la ciudad y que resulta imposible evitarlos por el llamado factor sorpresa. De acuerdo.
También se podría argüir que no hay razón para hacerle eco a tales actos delincuenciales que le hacen daño a la imagen de la ciudad. Seguramente.

Pero lo cierto es que nada ganamos con esos silencios que pretenden tapar la realidad: Cali es una ciudad violenta, asolada por los pillos y los cacos, por las venganzas y vendettas de los narcos y sus ‘lavaperros’ y por la intolerancia de una población que se acostumbró a no tener ley y a hacer lo que le viene en gana.

Todo dentro de un marco de la falta de autoridad cuya existencia desafortunada y penosamente es indiscutible.

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